Page 87 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   87


              A  los  pocos  minutos,  los  agentes  de  Brose  se

           presentarían  en  la  mansión  de  Joseph  Adams  y  lo


           liquidarían.

              Así de sencillo.

              Y en aquel instante no había modo de saber qué partido


           tomaría su viejo amigo Lindblom; Adams no contaba con

           los servicios de una organización internacional dedicada

           al análisis de los perfiles psiquiátricos, como la que tenía


           a su disposición Brose.

              No quedaba más remedio que esperar y rezar.

              Pero  la  oración,  pensó  con  ironía,  dejó  de  practicarse


           hacía más de veinte años, incluso antes de la guerra.




              El técnico de la agencia privada de detectives Webster

           Foote Limited, agazapado en su estrecho búnker, habló a

           través de su audioreceptor en comunicación con la central


           de Londres:

              ‐Señor,  he  grabado  una  conversación  entre  dos


           personas.

              ‐¿Sobre el mismo asunto que comentamos? ‐preguntó la

           voz lejana del propio Webster Foote.


              ‐Evidentemente.

              ‐Muy bien. Ya sabe usted quién es el contacto de Louis

           Runcible; procure que se entere.


              ‐Siento decirle que esto...

              ‐Transmítalo  de  todos  modos.  Hacemos  lo  que

           podemos, con los medios de que disponemos.




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