Page 91 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 91
‐Santo Dios ‐exclamó Adams, poniéndose a reflexionar.
Hay millones de ellos allá abajo, se dijo. ¿Qué pasaría si
alguien interviniese el canal principal, el único canal
central que, desde los estudios de Estes Park, transmite
para todos los tanques? ¿Qué significaría abrir de pronto
la tierra y conceder la libertad a millones de seres
humanos, que llevaban quince años prisioneros bajo la
superficie, creyendo que ésta era un desierto radioactivo,
con misiles, bacterias, ruinas y ejércitos en guerra?... Ello
asestaría un golpe de muerte al sistema de lujosas
residencias, y el extenso jardín que él sobrevolaba dos
veces al día volvería a convertirse en una nación
civilizada con gran densidad de población que, si bien no
alcanzaría las cifras anteriores a la guerra, no le andaría
muy allá. Volverían a utilizarse las carreteras. Y surgirían
ciudades.
Y por último estallaría una nueva guerra.
Así era la lógica implacable de las cosas. Las masas
lanzaron a sus dirigentes a la guerra, tanto en el bloque
occidental como en el oriental. Pero cuando las masas
fueron quitadas de en medio y metidas bajo tierra,
enchiqueradas en tanques antisépticos, las minorías
dirigentes del Este y del Oeste tuvieron las manos libres
para firmar un acuerdo de paz... si bien, en cierto sentido,
no fueron ellos en absoluto, no fue Brose ni el General
Holt, Comandante Supremo de los Ejércitos Occidentales,
ni tampoco el Mariscal Harenzany, jerarca máximo entre
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