Page 94 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 94
millones de semejantes suyos encerrados en los tanques;
aquello era una canallada, ellos lo sabían y les atenazaba
un sentimiento de culpabilidad... aunque este
sentimiento no era lo bastante fuerte como para que se
rebelasen contra Brose y liberasen a sus semejantes
encerrados bajo tierra, pero sí para convertir sus noches
en una enloquecedora agonía de soledad y vacío interior,
que les arrastraba al insomnio o al suicidio. Y sabían que
si alguien podía enmendar el crimen de lesa humanidad
cometido, el robo de todo un planeta a sus legítimos
propietarios, ese alguien era Louis Runcible. Ellos se
beneficiaban manteniendo encerrados a los habitantes de
los tanques, y él con hacerlos subir a la superficie; la
camarilla formada por los hombres de Yance veía en
Runcible a un antagonista, pero un antagonista a quien
todos ellos, en su fuero interno, daban moralmente la
razón. No era un sentimiento invencible, o al menos no lo
era para Joe Adams, mientras permanecía solo en su
despacho, arrugando su magnífico discurso aún
pendiente de ser procesado, pasado a cinta y luego
castrado por la oficina de Brose. Aquel discurso no decía
la verdad, pero tampoco era un refrito de tópicos,
mentiras, bromuros y eufemismos...
Por no recordar otros ingredientes más siniestros que
Adams había advertido en discursos preparados por sus
colegas de Yance; al fin y al cabo, él no era más que un
redactor de discursos entre otros muchos.
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