Page 99 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 99
Una enorme bombilla roja de alarma se encendió en la
pared y sonó una sirena; una docena de operarios se
materializaron para inspeccionar el simulacro.
Sería catastrófico... como aquella vez que la mano
izquierda extendida empezó a mostrar espasmos como
los del mal de Parkinson. Aquel temblor, debido a la
avería de un motor neural... si las cintas hubieran sido
difundidas por el canal de televisión, habría sido
interpretado como síntoma de un insidioso ataque de
senilidad; así lo habrían entendido, probablemente, los
habitantes de los tanques. Se está haciendo viejo, habrían
murmurado; sentados todos en su sala comunal, bajo la
vigilante mirada de sus comisarios políticos. Mira cómo
le tiemblan las manos. Ahora está acusando la tensión.
Acordaos de Roosevelt: la tensión de la guerra acabó por
matarle, como acabará con el Protector. Y entonces, ¿qué
haremos?
Pero aquella escena no fue transmitida, por supuesto;
los tanques jamás recibieron aquella secuencia. El
simulacro fue abierto de arriba abajo, sometido a una
minuciosa revisión, a toda clase de pruebas y
comprobaciones, hasta que se descubrió que se había
quemado un componente miniaturizado: éste había sido
el culpable... y, como se descubrió que la causa fue que
alguien había escupido en él, un operario de un taller
instalado en los apartamentos Runcible fue apartado de
su trabajo con el menor escándalo posible y seguramente
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