Page 95 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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Llevándose su nuevo discurso, del que se sentía tan
orgulloso ‐al menos él lo valoraba enormemente, a falta
de opinión discrepante‐ salió también de su despacho y,
tomando el ascensor expreso, bajó a la planta donde se
hallaba instalado el viegavac d‐v; en realidad era más de
una planta, porque el conjunto de aquel organismo
cibernético había ido siendo ampliado al correr del
tiempo, y las reformas le habían agregado secciones
enteras que ocupaban a veces toda una planta. Megavac
6‐V era enorme, pero en cambio, el teclado seguía siendo
el mismo.
Dos matones uniformados, elegidos por el propio Brose
pero que, curiosamente, tenían un aspecto más bien
afeminado y facciones finas, pese al cometido a que se les
destinaba, lo vieron salir del ascensor. Lo conocían y
sabían que su presencia en la planta de programación de
Megavac 6‐V estaba justificada por su trabajo.
Se acercó al tablero de Megavac 6‐V y vio que
funcionaba. Otro hombre de Yance, desconocido para él,
pulsaba las teclas como un pianista virtuoso en el
movimiento final de una pieza de Franz Listz, con dobles
octavas y todo; sólo le faltaba golpear las teclas con el
puño.
El hombre de Yance tenía ante sí, colocada en un atril,
una redacción escrita, y Adams no pudo evitar la
tentación de acercarse para echarle una ojeada.
El hombre de Yance dejó de teclear inmediatamente.
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