Page 98 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   98


              Ambos, Adams y el joven moreno, se dirigieron a ver el

           simulacro.


              Allí estaba, sentado. Con su expresión solemne, ante su

           gran  mesa  de  roble,  con  la  bandera  estrellada  a  sus

           espaldas. En Moscú se sentaba otro simulacro idéntico,


           emitido por un sosías del Megavac 6‐V, con la bandera de

           la Unión Soviética a su lado; por lo demás todo, desde el

           traje  hasta  el  cabello  gris,  pasando  por  las  facciones


           enérgicas,  paternales,  maduras  pero  de  expresión

           enérgica, realzadas por una firme barbilla... era el mismo

           simulacro  a  uno  y  otro  lado,  pues  ambos  fueron


           construidos simultáneamente en Alemania y dotados de

           circuitos electrónicos por los mejores técnicos de Yance.


           Les  acompañaba  a  todas  horas  una  brigada  de

           mantenimiento,  compuesta  por  hombres  que  vigilaban

           con ojos expertos la aparición del menor fallo, del más


           mínimo titubeo, de todo cuanto pudiera perjudicar a la

           calidad que se había tratado de conseguir, a la apariencia


           de una libre y desenvuelta autenticidad. Aquel simulacro,

           para quien escribían todos los hombres de Yance, exigía

           el mayor realismo, el mayor parecido con el ser vivo al


           que imitaba.

              Una avería aquí, pensó Adams, muy serio, por pequeña

           que fuese, equivaldría a una catástrofe. Como aquella vez


           que su mano izquierda, al esconderse...










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