Page 369 - El largo viaje a un pequeño planeta iracundo - Becky Chambers
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Kizzy se despertó demasiado tarde, como de
costumbre. Había sido el procedimiento estándar
desde que era niña. Cuando era pequeña, Papá la
acostaba con una historia, un beso y un abrazo de
Tumby, su rana de peluche. A los pocos instantes de
que se apagara la luz, los dedos de los pies
empezaban a menearse, y luego los seguía el culo, y
al cabo de un momento, la idea de quedarse quieta y
dormir parecía superinjusta. A intervalos regulares,
Papá venía a la habitación, la apartaba de sus bloques
de construcción y la arropaba de nuevo, cada vez con
más cansancio en su voz paciente. Al final, Ba llegaría
a casa del turno de noche en la estación de agua y
diría: «Kizzy, cariño, por favor, ve a dormir. Los
bloques seguirán ahí por la mañana. Te lo prometo».
Eso era cierto, pero no captaba la situación. Aunque
los bloques físicos en sí seguirían donde los dejó, el
cerebro de Kizzy siempre estaba lleno de nuevas
configuraciones que todavía no había intentado. Si no
las sacaba antes de quedarse dormida, las olvidaría
por completo por la mañana, cuando la distrajera la
promesa de las tortitas.
Como adulta, Kizzy había descubierto formas más
eficaces de gestionar los proyectos en su cerebro.
Mantenía el escrib junto a la cama para poder llenarlo
de esbozos y notas sin tener que abandonar la calidez
de las sábanas. Pero aún así, los proyectos sin
terminar a menudo la mantenían despierta hasta
tarde. Siempre empezaba con «un circuito más y ya»,
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