Page 494 - El largo viaje a un pequeño planeta iracundo - Becky Chambers
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—Existe.











          Le escanearon el parche de la muñeca y le quitaron la

          ropa.  Había  gritado  hasta  quedarse  ronco,  pero


          ninguno le respondió. Ninguno hablaba klip siquiera.


          Sus palabras chasqueaban. Sus ojos chasqueaban. Sus

          patas  chasqueaban  cuando  golpeaban  el  suelo.  Era


          como  estar  en  una  colmena  de  insectos  de  metal;


          oscura, caliente, húmeda y constantemente llena de


          chasquidos, chasquidos, chasquidos.


          No sabía lo lejos que estaba de la Peregrina. Lo habían


          llevado a otra nave. ¿O quizá a un orbital? No estaba


          seguro. No había ni ventanas ni pantallas (o al menos


          no  había  visto  ninguna).  Lo  arrojaron  a  una  sala

          enorme, del tamaño de la panza de un carguero. El


          suelo estaba repleto de pozos de paredes suaves, el


          doble  de  profundos  que  su  altura.  Si  forzaba  la

          mirada,  podía  distinguir  el  brillo  de  ojos  que  se  la


          devolvían desde el fondo.



          Trató de cubrirse. Los quelin no llevaban ropa; pero,


          claro,  tenían  caparazones.  No  necesitaban  cubrirse.

          No  estaban  hechos  de  carne  blanda,  pelo,  arrugas,


          pliegues y deformidades que uno prefería guardarse


          para sí mismo. Deseó tener caparazón. Deseó haber


          nacido  en  una  especie  con  pinchos,  o  cuernos,  o

          cualquier cosa más imponente que el frágil saco que










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