Page 719 - Limbo - Bernard Wolfe
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soñando despierta en un banco de un parque.



                  Una figura penetró en el campo de la cámara y


            se detuvo allí delante, mirando convulsivamente


            hacia uno y otro lado, como un espectador de un


            partido  de  tenis.  Era  uno  de  los  locutores,



            aparentemente  ignorante  de  que  estaba  siendo


            televisado. Sus labios estaban moviéndose, eran


            los labios de un sacerdote diciendo sus oraciones,


            de un niño haciendo pompas de jabón...


                  —Dios  mío,  Dios  mío,  Dios  mío  —estaba


            murmurando una y otra vez, en una especie de



            ahogado  sollozo,  aunque  las  palabras  llegaban


            claramente a través del audio.


                  Las  manos  del  locutor  vagaban  torpemente


            arriba y abajo por su cuerpo, como explorándolo



            locamente. Una de ellas se detuvo en su cuello y


            rebuscó  allí:  había  entrado  en  contacto  con  el


            cable del micrófono en su solapa.


                  —¡Sid! —gritó una voz desde la nada—. ¡Sid,


            por  el  amor  de  Dios,  estás  en  el  aire!  ¡Deja  de


            murmurar insensateces, hombre!



                  El  contacto  del  cable  pareció  devolver  al


            hombre a la realidad; se estremeció, luego echó


            hacia atrás los hombros, carraspeó, y empezó a


            hablar  en  una  parodia  de  su  estilo  profesional.



            Los clichés del locutor entrenado se convirtieron

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