Page 76 - Limbo - Bernard Wolfe
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agresión íntimamente abrazados. ¿Pero no era eso


            una combinación normal? ¿No había sido el viejo


            Freud quien tuvo el valor de sugerir la existencia


            de  un  aura  de  disgusto  en  torno  a  cada  deseo



            humano,                 incluso            en         la       mejor            de         las


            circunstancias?  En  otros  términos,  es  la


            prohibición  la  que  presta  encanto  al  deseo,  el


            totem  el  que  debe  estar  constelado  por  el  tabú.


            Desde  Freud  (si  es  que  era  necesario),  era


            imposible contemplar cualquier emoción sin ver


            agazapada  tras  ella  a  su  opuesta;  él  demostró


            irrefutablemente  que  el  más  tierno  amor  va


            siempre acompañado por una inflexible coraza de



            odio.


                  Era  precisamente  esa  dualidad  lo  que  los


            mandunji no podían soportar. Aquellos pacifistas


            necesitaban de un amor que no requiriese ningún



            tipo  de  coraza,  lo  cual  era  imposible.  Los  más


            pacíficos  habían  enterrado  tan  profundamente


            sus           emociones                  que            habían              terminado


            simplemente por suprimirlas. Ese era el peligro


            de tratar de declarar ilegal la dualidad: intenta ser


            monolítico,  y  te  convertirás  en  un  monolito.


            Quizá,  después  de  todo,  la  intensidad  y  la


            profundidad de un sentimiento vinieran no de la


            fuerza de tal o cual deseo sino de la fuerza del



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