Page 160 - La Nave - Tomas Salvador
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En realidad, lo que intentaba era ganar el tiempo


            que se le había escapado después de estar casi a su


            alcance. Trataba de equilibrarse en la idea de que


            estaba  en  las  cuevas  wit  y  de  que  todo  lo  que  le


            rodeaba  pertenecía  a  los  wit,  o  cuando  menos



            formaba parte de su escenario vital. Ello le suponía


            un esfuerzo considerable. Generaciones enteras de


            separación,  de  repulsiones  raciales,  de  miedos


            inconfesados, le obligaban a una lucha sin sentido.


            Y se cansaba. Su cerebro podía admitir lo que estaba


            viendo;  podía  razonar  la  causa  de  las  acciones


            ajenas.  Pero  no  todo  era  cabeza  en  su  cuerpo.  La


            animadversión, la sombra oscura de su impotencia,


            su incapacidad que le hacía inferior al más pequeño



            de los wit, todos estos factores se localizaban en su


            cuerpo, incontrolados; era su piel, estremeciéndose


            cuando  Dina  o  los  niños  le  rozaban;  era  su  oído,


            hallando  bárbaras  y  pueriles  las  palabras


            escuchadas; era la sangre de sus venas, negándose


            a aceptar la oscuridad voluntaria de los albinos.



               ¿Podría acostumbrarse alguna vez? Abul parecía


            estarlo; pero Abul había aceptado las tinieblas de la


            ceguera, el mal más terrible del pueblo kros después


            del vértigo. Si aceptaba (aunque su acción tuviera



            más  de  forzada  que  de  voluntaria)  la  oscuridad


            plena, el resto no podía tener importancia para él.


            No obstante, no podía aceptar el ejemplo de Abul





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