Page 50 - La Nave - Tomas Salvador
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niños.



               Estoy  hablando  de  todo  eso,  aquí,  en  el  Libro.


            Porque intenté hablar a mi amigo Rein y me miró,


            asombrado. No comprende nada; no tiene ninguna


            curiosidad. Y la curiosidad fue lo que me empujó a


            mí al interior de la Nave. Buscaba las huellas de los


            que  estuvieron  antes  que  nosotros;  buscaba  una


            señal, un método, una fórmula que me permitiera



            comprender mejor. ¿Lo he encontrado? No lo creo.


            Conservo en la cabeza una extraña mezcla de olores


            pesados,  aire  sofocante  y  oscuridades  llenas  de


            misterios. Pero no he visto nada que me ayude.



               Seguramente  me  sucede  que  nada  puedo  ver


            porque  no  es  lo  que  quiero  ver.  He  bajado  a  las


            capas inferiores con los ojos que llevaría mi amigo


            Rein, si fuese capaz de sentir curiosidad. Es natural


            que la curiosidad sola no baste. Sin embargo, tengo


            la  sensación  de  que  todo  sería  más  fácil  si  nos



            acuciara a todos de la misma forma.



               Debo anotar y anoto que el polvo espacial sigue


            rodeando  intensamente  a  la  Nave.  Aunque  la


            enfermedad  que  padecemos  todos  nos  impide


            acercarnos a los ventanales, el polvo es como una


            blanca  sembradura  que  nos  sale  al  paso.  ¿Sale  al


            paso? Si bien algunos dicen que la Nave marcha a


            una tremenda velocidad por el espacio, no menos


            cierto es que otros aseguran que estamos quietos,




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