Page 89 - La Nave - Tomas Salvador
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Los hombres de la primera y segunda generación
hablaban de su planeta con un amor extraordinario,
un amor fuera de mi capacidad emocional, pero que
me ha enternecido profundamente; los restantes,
hasta que se perdió el recuerdo y, en ocasiones, fue
sustituido por el odio, con añoranza y tristeza. La
Tierra era —y debe ser— un mundo maravilloso
perdido en el espacio; existían «árboles» y «lagos» y
«montañas» y «mares»... Estoy llorando, ¡Dios mío!
A través de veintitrés generaciones he percibido el
aliento de la Tierra. Nunca, nunca podré reposar
junto a un árbol; nunca, nunca podré ver el cielo
azul y las montañas nevadas. Soy una forma
inteligente de vida, engendrada en la Tierra, cuya
forma original nació conformada a las exigencias de
la Tierra. Pero nunca, nunca, respiraré el aire para
el cual estaba destinado, ni mis ojos contemplarán
aquello para lo cual fueron creados. Estoy llorando.
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He vuelto, como siempre. Remansado, pero no
conformado. Han transcurrido treinta días, que he
medido a través de las veces que Saú, el vigilante
del repositor de ozono, ha entrado y salido de su
trabajo. Durante ese período he tratado de
recobrarme. Puedo asegurar que si mi cuerpo
reposaba en la cámara‐dormitorio, o en un asiento
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