Page 224 - Anatema - Neal Stephenson
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—Me ha intrigado tu comentario sobre las hijas de Cnoüs
—me dijo el hombre.
Por su acento, era de la zona del continente donde las
ciudades son mayores y están más cerca unas de otras que
por aquí y donde un concento puede contar con una
docena o más de capítulos en contraste con nuestros tres.
Siguió hablando:
—Habitualmente, lo que cabe esperar de un avoto es que
recalque las diferencias. Pero casi me ha dado la impresión
de que insinuabas… —Se interrumpió, como si buscase
una palabra que no pertenecía al léxico del flújico.
—¿Un terreno común? —propuso la mujer—. ¿Un
paralelismo entre ambas?
Su acento, así como su estructura facial y el tono de su
piel, indicaba que venía del continente que era por
entonces la sede del Poder Secular. Y por tanto a esas
alturas ya me había formado mentalmente una historia
razonable sobre esos dos: vivían en grandes ciudades muy
lejanas, trabajaban para la misma empresa, un negocio de
ámbito global, por alguna razón visitaban la oficina local,
habían oído que era el último día de Apert y habían
decidido dedicar un par de horas a echar un vistazo.
Supuse que ambos, cuando eran más jóvenes, habían
pasado al menos unos años en un cenobio unario. Quizás
el hombre tuviese tan oxidado el orto que le resultaría más
cómodo limitar la discusión al flújico.
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