Page 222 - Anatema - Neal Stephenson
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medida que nos acercábamos al final) su arca. A partir de
cierto punto, daban consejo a esos generales y
emperadores los sacerdotes y prelados del arca de Baz en
lugar de hacerlo teores. A los teores había que buscarlos
como diminutas figuras de fondo, reclinados en los
escalones de la Biblioteca o dirigiéndose al Capitolio para
dar consejos sabios a los oídos sordos de los excelsos y
poderosos.
Los frescos que mostraban el Saqueo de Baz y el incendio
de la Biblioteca flanqueaban la entrada: un paso
incongruentemente estrecho y austero que habría pasado
desapercibido de no ser por la estatua de Sante Cartas que
acunaba en sus brazos algunos libros chamuscados y
rotos, mirando por encima del hombro para indicarnos la
salida. De ahí pasamos a una cámara de altos muros de
piedra desnudos y que no contenía más que aire.
Simbolizaba la retirada a los cenobios y el comienzo de la
Antigua Era Cenobítica, que por lo general se situaba en ‐
1512.
Desde ahí el Camino de Hylaea rodeaba el Claustro
unario y terminaba. Al otro lado había un espacio donde
quizás algún día se añadirían exposiciones sobre el
ascenso de los mistagogos, el Resurgimiento, la Era
Práxica y, posiblemente, los Heraldos y los Hechos
Horribles. Pero habíamos visto todo lo bueno y ése era
habitualmente el final de la visita.
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