Page 230 - Anatema - Neal Stephenson
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Pasé la tarde dividiendo el prado con filas de mesas. Por
suerte, Arsibalt era mi compañero. Puede que en algunos
aspectos fuese un poco nervioso, pero bajo la grasa tenía
la estructura de un buey de tanto dar cuerda al reloj.
Durante tres mil años, la política del concento había sido
aceptar todas las sillas y mesas plegables que se nos
ofreciesen y jamás tirar ninguna. En una única ocasión
había demostrado ser una política de lo más inteligente:
en el Apert Milenario del 3000, cuando 27.500 peregrinos
habían cruzado en tropel las puertas para disfrutar de una
comida decente y presenciar el Fin del Mundo. Teníamos
sillas plegables de bambú, aluminio trabajado a máquina,
de materiales aeroespaciales, de polímeros de inyección,
varillas recuperadas, madera tallada a mano, ramas
dobladas, neomateria avanzada, tocones de árboles, palos
atados, metales soldados y hierba trenzada. Las mesas
podían ser de madera antigua, tablero contrachapado,
titanio extrudido, papel reciclado, lámina de vidrio, junco
o sustancias sobre cuya verdadera naturaleza no tenía
deseos de indagar. Iban desde los dos pies de largo a los
veinticuatro, y los pesos variaban entre el de una flor seca
y el de un búfalo.
—Uno diría que después de tanto tiempo alguien habría
inventado… no sé… la rueda —dijo Arsibalt en cierto
momento, mientras nos peleábamos con un monstruo de
doce pies de largo que daba la impresión de haber sido
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