Page 281 - Anatema - Neal Stephenson
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Pero  había  otro  instrumento  que  no  precisaba  mover,


          porque  no  se  movía:  el  Ojo  de  Clesthyra.  Eché  a  correr

          hacia el Pináculo tan pronto como tuve la idea.

            A  medida  que  subía  por  la  escalera  de  caracol  tuve


          tiempo de repasar todas las razones que hacían que mi

          plan  tuviese  pocas  probabilidades  de  salir  bien.

          Efectivamente, el Ojo de Clesthyra podía ver la mitad del


          universo,  de  horizonte  a  horizonte.  Las  estrellas  fijas

          aparecían como líneas circulares, debido a la rotación de

          Arbre sobre su eje. Los objetos que se movían con rapidez


          aparecían como líneas rectas de luz. Pero el rastro de un

          asteroide, incluso de uno grande, sería muy tenue y no


          demasiado largo.

            Para  cuando  llegué  a  lo  alto  del  Pináculo,  había

          descartado tales objeciones. Era la única herramienta a mi


          disposición. Debía intentarlo. Más tarde ya examinaría los

          resultados a ver qué podía encontrar.


            Bajo la lente de ojo de pez había un ranura tallada con las

          dimensiones exactas de la tablilla que tenía en la mano.

          Rompí el cierre del envoltorio y coloqué la palma bajo la


          base opaca de la tablilla. Saqué el envoltorio. El viento me

          lo  arrancó  de  la  mano  y  lo  hizo  chocar  contra  el  muro,

          donde  no  podía  recogerlo.  La  tablilla  era  un  disco


          inmaculado,  como  el  material  empleado  para  pulir  el

          espejo  de  un  telescopio,  pero  más  oscura…  como  de

          obsidiana. Al activar su función de recuerdo, la capa más


          profunda adquirió el color del sol, porque ése era el origen



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