Page 276 - Anatema - Neal Stephenson
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Dio comienzo el servicio. No había música. Distinguí al


          Primado pronunciando frases familiares en orto antiguo:

          una petición formal al concento. Luego cambió a nuevo

          orto  y  leyó  algunas  fórmulas  que,  por  su  naturaleza,


          debían de haberse escrito más o menos en tiempos de la

          Reconstitución. Al final dijo claramente:

            —Voco  a  fra  Paphlagon,  del  capítulo  centenario  de  la


          Orden de Sante Edhar.

            Así que era el auto de Voco. Era el tercero que oía en mi

          vida. Los dos primeros se remontaban a cuando yo tenía


          unos diez años.

            Mientras me hacía a la idea, un jadeo y luego un gemido


          profundo se elevó desde el suelo del presbiterio: el jadeo,

          supuse, de la mayoría de los avotos, y el gemido de los

          centenos que perdían para siempre a su hermano.


            Y en ese momento hice una locura, aunque sabía que no

          me pasaría nada: salí de mi celda. Crucé el pasillo y miré


          por encima de la barandilla.

            En el presbiterio sólo había tres personas: Statho, con su

          túnica  púrpura,  y  Varax  y  Onali,  reconocibles  por  los


          sombreros.  En  el  resto  del  espacio,  oculto  tras  las

          pantallas, el alboroto había interrumpido el auto.

            Sólo  había  tenido  intención  de  echar  un  vistazo  por


          encima de la barandilla un instante, para ver qué pasaba.

          Pero no me fulminó el rayo ni se disparó ninguna alarma.

          Allí  arriba  no  había  nadie.  No  podían  estar  allí,


          comprendí, porque habían tocado Voco, y todos debían



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