Page 495 - Anatema - Neal Stephenson
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—Mira —dije.


            Se volvió y alzó la barbilla para mirar al risco. Relucía de

          un rojo rubí. No era un fenómeno nada normal.

            Por supuesto, allí veíamos continuamente luces suaves.


          Y  si  el  tiempo  era  el  adecuado,  los  muros  en  ocasiones

          reflejaban la luz del sol al ponerse, como cuando Orolo y

          yo  lo  habíamos  mirado  durante  Apert.  En  los  últimos


          minutos, a medida que crecía la oscuridad, había notado

          un resplandor rojo y había supuesto que se debía al mismo

          fenómeno. Pero el sol se había ocultado por completo y la


          luz tenía un tono  de rojo muy impropio  del sol. Poseía

          cierta cualidad rugosa, chispeante.


            Y no venía de la dirección correcta. La luz del sol hubiese

          iluminado las superficies del cenobio y el risco que daban

          al oeste. Pero esta extraña luz roja incidía en los tejados,


          parapetos y partes superiores de las torres. Todo lo demás

          estaba a oscuras. Era casi como si una aeronave estuviese


          flotando muy por encima del risco, iluminándolo. Pero, si

          así era, estaba a tanta altura que no podíamos ni verla ni

          oírla.


            El  prado  se  llenó  de  fras  y  sures  que  salieron  a  mirar

          desde los edificios del Claustro. La mayoría permanecía

          en  silencio,  como  deólatras  observando  un  portento


          celeste. Pero entre un grupo de teoréticos no muy alejado

          subía de tono una discusión, con palabras como «láser»,

          «color»  y  «longitud  de  onda».  Me  hizo  recordar.  Sabía







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