Page 79 - Anatema - Neal Stephenson
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di  cuenta,  en  un  sentido  muy  elástico,  para  referirse  a


          todos los avotos hasta ma Cartas.

            En ocasiones, cuando charlaba con Gorgojo, él estiraba el

          brazo y me daba un empujoncito en la clavícula, y justo


          entonces  yo  agitaba  los  brazos,  consciente  de  que  un

          empujón más me haría caer. Según Lio, era su encantadora

          forma de hacerme saber que se había dado cuenta de que


          yo me mantenía de pie de la forma incorrecta, según su

          libro de vallelogía. A mí me parecía una tontería. Pero mi

          cuerpo  parecía  siempre  dar  la  razón  a  fra  Lio,  porque


          reaccionaba en exceso. Una vez, intentando recuperar el

          equilibrio, me había dañado un músculo de la espalda que


          me dolió durante tres semanas.

            La última frase de fra Orolo empujó mi mente de forma

          similar. Y, de forma similar, reaccioné en exceso. El rostro


          se me puso rojo y el corazón se me disparó. Fue como en

          un momento del diálogo en que Thelenes confunde a su


          interlocutor para hacerle decir alguna estupidez y está a

          punto de empezar a cortarle como una zanahoria.

            —A cada Saqueo lo siguió una reforma, ¿no? —dije.


            —Vamos a rastrillar tu frase y digamos que cada Saqueo

          produjo en los cenobios cambios que todavía persisten.

            Que  fra  Orolo  hablase  de  ese  modo  confirmaba  que


          habíamos iniciado un diálogo. Los otros fras dejaron de

          pelar patatas y cortar hierbas y se reunieron para ver cómo

          me aplanaban.







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