Page 248 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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Juntos salimos de la sala de estar hasta el
salón. Moses abrió las puertas de par en par
y nos desperdigamos por la calle. Allí estaba
Mrs. Penforth, delgada y severa, y Poole, el
sirviente de Moses de aquella época. Mrs.
Penforth llevaba un plumero amarillo
canario y se agarraba al brazo de Poole. Nos
miramos momentáneamente, pero apartaron
nuevamente la mirada, ignorando a
Nebogipfel como si no fuese más que un
extraño francés o escocés.
Había una gran multitud en Petersham
Road, mirando. Moses me tocó la manga, y
señaló a la carretera en dirección a la ciudad.
—Allí —dijo—. Ahí está tu anomalía.
Era como si una gran ola hubiese sacado un
acorazado del mar y lo hubiese depositado
en Richmond Hill. Estaba a unas doscientas
yardas de la casa: se trataba de una gran caja
de metal que estaba posada sobre Petersham
Road como un enorme insecto de hierro de al
menos ochenta pies de largo.
Pero no era un monstruo varado: se
arrastraba hacia nosotros, lento pero seguro,
y por donde pasaba dejaba el suelo marcado
con hendiduras conectadas, como el rastro
de un pájaro. La superficie superior del
acorazado estaba salpicada de portillas,
supuse que para las armas o para los
telescopios.
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