Page 403 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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Me despertó un fuerte zarandeo.
Me golpeé contra el suelo de la cabina. Tenía
algo blando bajo la cabeza, pero se desplazó,
y me golpeé el cráneo contra la esquina dura
de uno de los bancos. Aquella nueva lluvia
de dolor me devolvió la conciencia, y, con
desgana, me senté.
La cabeza me dolía por todas partes y sentía
el cuerpo como si hubiese sufrido un duro
combate de boxeo. Pero, paradójicamente,
me sentía con mejor humor. Todavía tenía la
muerte de Moses en la cabeza —un suceso
importante al que algún día tendría que
enfrentarme—, pero después de esos
momentos de bendita inconsciencia podía
mirar más allá, como uno puede apartarse de
la cegadora luz del sol y ver otras cosas.
La nebulosa mezcla perlífera de día y noche
todavía llenaba el interior del coche.
Sorprendentemente hacía frío; temblaba, y la
respiración se convertía en vapor frente a mi
cara. Nebogipfel estaba sentado en el asiento
del conductor dándome la espalda. Con los
dedos blancos comprobaba los instrumentos
del rudimentario salpicadero y seguía los
cables que colgaban de la parte de atrás.
Me puse en pie. El tambaleo del coche y el
castigo que había sufrido en 1938 me
impedían mantener el equilibrio; para
sostenerme tuve que agarrarme al interior de
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