Page 522 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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encontrar una forma de hacerle la vida más
confortable. Pero estaba muy claro que
Hilary no tenía fuerzas para caminar más.
Por tanto, improvisamos una camilla con dos
ramas largas, con mis pantalones y la camisa
de Stubbins atados entre ellas. Tuvimos
cuidado con las ampollas y colocamos a
Hilary en el cacharro. Gritó cuando la
movimos, pero en cuanto la colocamos en la
camilla su incomodidad se alivió.
Recorrimos el bosque de vuelta a la playa.
Stubbins iba delante, y pronto pude ver que
su espalda huesuda se llenaba de sudor y
polvo. Caminaba torpemente por la
oscuridad y las lianas y ramas bajas le
pegaban en la cara; pero no se quejó, y
mantuvo sus manos firmemente alrededor
de los mangos de la camilla. Yo, siguiéndole
en calzoncillos, agoté pronto mis fuerzas, y
los músculos me empezaron a temblar. En
ocasiones, me parecía imposible que pudiese
levantar los pies para dar otro paso, o seguir
sosteniendo la camilla. Pero, al mirar la
determinación estoica de Stubbins frente a
mí, luché por ocultar mi fatiga y seguir sus
pasos.
Hilary yacía inconsciente, con los brazos
agitándose. Se quejaba ligeramente, a
medida que los ecos del dolor se abrían paso
por su sistema nervioso.
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