Page 611 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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transparentes podían levantarse, y por
primera vez pude inspeccionar aquel nuevo
1891, aquella Tierra Blanca.
¡Me encontraba a unos mil pies del suelo!
Parecía que estábamos en lo más alto de una
inmensa torre cilíndrica, cuyo perfil veía des‐
cender por debajo de mí. Todo lo que vi
reafirmó mi primera impresión, justo antes
de que el frío me derrotase, cuando di mi
último vistazo desde el coche del tiempo: se
trataba de un mundo eternamente hundido
en el hielo. El cielo era de color bronce de
cañón, y la tierra cubierta por el hielo era de
un blanco grisáceo como el de los huesos
descubiertos, sin rastro de los atractivos
tonos azules qué a veces se aprecian en los
campos nevados. Al mirar, pude ver cuán
terriblemente estable era realmente aquel
mundo, exactamente como lo había descrito
Nebogipfel: la luz del día se reflejaba feroz
sobre el manto de hielo agrietado que cubría
la tierra, y la blancura que cubría el mundo
devolvía el calor del Sol al espacio. La pobre
Tierra estaba muerta, atrapada en lo más
profundo de aquel pozo de hielo, una
estabilidad climática absoluta, eterna, la
estabilidad definitiva de la muerte.
Vi Constructores aquí y allá —con la misma
forma que el que teníamos en la habitación
de Nebogipfel— sobre el paisaje helado. Ca‐
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