Page 106 - El alquimista
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»Entonces el ángel se aproximó al viejo con cariño, y se sentaron
                                 en uno de los bancos que había en aquel inmenso lugar.
                                    »Los versos de tu hijo poeta fueron muy populares en Roma -dijo
                                 el ángel-. A todos gustaban, y todos se divertían con ellos. Pero
                                 cuando el reinado de Tiberio acabó, sus versos también fueron
                                 olvidados. Estas palabras son de tu otro hijo, el que entró en el
                                 ejército.
                                    »El viejo miró sorprendido al ángel.
                                    »Tu hijo fue a servir a un lugar muy lejano, y se hizo centurión.
                                 También era un hombre justo y bueno. Cierta tarde, uno de sus
                                 siervos enfermó y estaba a punto de morir. Tu hijo, entonces, oyó
                                 hablar de un rabino que curaba enfermos, y anduvo días y días
                                 buscando a ese hombre. Mientras caminaba descubrió que el hombre
                                 que estaba buscando era el Hijo de Dios. Encontró a otras personas que
                                 habían sido curadas por él, aprendió sus enseñanzas y, a pesar de ser
                                 un centurión romano, se convirtió a su fe. Hasta que cierta mañana
                                 llegó hasta el Rabino.
                                    »"Le contó que tenía un siervo enfermo, y el Rabino se ofreció a ir
                                 hasta su casa. Pero el centurión era un hombre de fe y, mirando al
                                 fondo de los ojos del Rabino, comprendió que estaba delante del
                                 propio Hijo de Dios cuando las personas de su alrededor se levantaron.
                                    »Éstas son las palabras de tu hijo -prosiguió el ángel-. Son las
                                 palabras que le dijo al Rabino en aquel momento, y que nunca más
                                 fueron olvidadas: "Señor, yo no soy digno de que entréis en mi casa,
                                 pero decid una sola palabra y mi siervo será salvo."»
                                    El Alquimista espoleó su caballo.
                                    -No importa lo que haga, cada persona en la Tierra está siempre
                                 representando el papel principal de la Historia del mundo -dijo-. Y
                                 normalmente no lo sabe.
                                    El muchacho sonrió. Nunca había pensado que la vida pudiese ser
                                 tan importante para un pastor.
                                    -Adiós -dijo el Alquimista.
                                    -Adiós -repuso el muchacho.
                                    El muchacho caminó dos horas y media por el desierto, procuran-
                                 do escuchar atentamente lo que decía su corazón. Era él quien le
                                 revelaría el lugar exacto donde estaba escondido el tesoro.
                                    «Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón», le había
                                 dicho el Alquimista.




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