Page 104 - El alquimista
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La mezcla fue adquiriendo un color rojizo como la sangre. El
                                 Alquimista retiró entonces el recipiente del fuego y lo dejó enfriar.
                                 Mientras tanto, se puso a conversar con el monje sobre la guerra de los
                                 clanes.
                                    -Aún durará mucho -le dijo al monje.
                                    El monje estaba un poco harto. Hacía tiempo que las caravanas
                                 estaban paradas en Gizeh, esperando que la guerra terminara.
                                    -Pero cúmplase la voluntad de Dios -dijo el monje. -Exactamente
                                 -repuso el Alquimista.
                                    Cuando el recipiente acabó de enfriarse, el monje y el muchacho
                                 miraron deslumbrados. El plomo se había secado y adquirido la forma
                                 circular del recipiente, pero ya no era plomo. Era oro.
                                    -¿Aprenderé a hacer esto algún día? -preguntó el muchacho.
                                    -Ésta fue mi Leyenda Personal, y no la tuya -respondió el Alquimis-
                                 ta-. Pero quería mostrarte que es posible hacerlo.
                                    Caminaron de vuelta hasta la puerta del convento. Allí, el
                                 Alquimista dividió el disco en cuatro partes.
                                    -Ésta es para usted -dijo ofreciéndole una parte al monje-. Por su
                                 generosidad con los peregrinos.
                                    -Esto es un pago que excede a mi generosidad -replicó el monje.
                                    -Jamás repita eso. La vida puede escucharlo y darle menos la
                                 próxima vez.
                                    Después se aproximó al muchacho.
                                    -Ésta es para ti. Para compensar lo que le diste al general.
                                    El muchacho iba a decir que era mucho más de lo que había
                                 entregado al general. Pero se calló porque había oído el comentario que
                                 el Alquimista le había hecho al monje.
                                    -Ésta es para mí -dijo el Alquimista guardándose una parte-. Porque
                                 tengo que volver por el desierto y hay guerra entre los clanes.
                                    Entonces tomó el cuarto pedazo y se lo entregó nuevamente al
                                 monje.
                                    -Ésta es para el muchacho, en caso de que la necesite.
                                    -¡Pero si voy en busca de mi tesoro! -se quejó el chico-. ¡Ahora ya
                                 estoy bien cerca de él!
                                    -Y estoy seguro de que lo encontrarás -dijo el Alquimista.
                                    -Entonces, ¿a qué viene esto?
                                    -Porque tú ya perdiste en dos ocasiones, con el ladrón y con el
                                 general, el dinero que ganaste en tu viaje. Yo soy un viejo árabe
                                 supersticioso, y creo en los proverbios de mi tierra. Y existe un


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