Page 102 - El alquimista
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es donde entra la fuerza del Amor, porque cuando amamos, siempre
                                 deseamos ser mejores de lo que somos.
                                    -¿Qué es lo que quieres de mí? -quiso saber el Sol.
                                    -Que me ayudes a transformarme en viento -respondió el mucha-
                                 cho.
                                    -La Naturaleza me reconoce como la más sabia de todas las
                                 criaturas -dijo el Sol-, pero no sé cómo transformarte en viento.
                                    -¿Con quién debo hablar, entonces?
                                    Por un momento, el Sol se quedó callado. El viento lo estaba
                                 escuchando todo, y difundiría por todo el mundo que su sabiduría era
                                 limitada. Sin embargo, no había manera de eludir a aquel muchacho
                                 que hablaba el Lenguaje del Mundo.
                                    -Habla con la Mano que lo escribió todo -dijo el Sol.
                                    El viento gritó de alegría y sopló con más fuerza que nunca. Las
                                 tiendas comenzaron a arrancarse de la arena y los animales se soltaron
                                 de sus riendas. En   el peñasco, los hombres se agarraban los unos a los
                                 otros para no ser lanzados lejos.
                                    El muchacho se dirigió entonces a la Mano que Todo lo Había
                                 Escrito. Y, en vez de empezar a hablar, sintió que el Universo permane-
                                 cía en silencio, y él guardó silencio también.
                                    Una fuerza de Amor surgió de su corazón y el muchacho comenzó
                                 a rezar. Era una oración nueva, pues era una oración sin palabras y sin
                                 ruegos. No estaba agradeciendo que las ovejas hubieran encontrado
                                 pasto, ni implorando para vender más cristales, ni pidiendo que la
                                 mujer que había encontrado estuviese esperando su regreso. En el
                                 silencio que siguió, el muchacho entendió que el desierto, el viento
                                 y el Sol también buscaban las señales que aquella Mano había escrito,
                                 y procuraban cumplir sus caminos y entender lo que estaba escrito en
                                 una simple esmeralda. Sabía que aquellas señales estaban diseminadas
                                 por la Tierra y el Espacio, y que en su apariencia no tenían ningún
                                 motivo ni significado, y que ni los desiertos, ni los vientos, ni los soles
                                 ni los hombres sabían por qué habían sido creados. Pero aquella Mano
                                 tenía un motivo para todo ello, y sólo ella era capaz de operar
                                 milagros, de transformar océanos en desiertos y hombres en viento.
                                 Porque sólo ella entendía que un designio mayor empujaba al
                                 Universo hacia un punto donde los seis días de la creación se
                                 transformarían en la Gran Obra.





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