Page 47 - El alquimista
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provocaba una inmensa tristeza. Ahora yo sé que no era exactamente
                                       así: la tienda tiene el tamaño exacto que yo siempre quise que tuviera.
                                       No quiero cambiar porque no sé cómo hacerlo. Ya estoy muy acos-
                                       tumbrado a mí mismo.
                                          El muchacho no sabía qué decir.
                                          -Tú fuiste una bendición para mí -continuó el viejo-. Y hoy estoy
                                       entendiendo una cosa: toda bendición no aceptada se transforma en
                                       maldición. Yo no quiero nada más de la vida. Y tú me estás empujando
                                       a ver riquezas y horizontes que nunca conocí. Ahora que los conozco,
                                       y que conozco mis inmensas posibilidades, me sentiré aún peor de lo
                                       que me sentía antes. Porque sé que puedo tenerlo todo, y no lo quiero.
                                          «Menos mal que no le dije nada al vendedor de palomitas de maíz»,
                                       pensó el muchacho.
                                          Continuaron fumando el narguile durante algún tiempo, mientras
                                       el sol se escondía. Estaban conversando en árabe, y el muchacho se
                                       sentía muy satisfecho por haber logrado hablar el idioma. Hubo una
                                       época en la que creyó que las ovejas podían enseñarle todo lo que hay
                                       que saber sobre el mundo. Pero las ovejas no podían enseñar árabe.
                                          «Debe de haber otras cosas en el mundo que las ovejas no pueden
                                       enseñar -pensó el chico mirando al Mercader en silencio-. Porque ellas
                                       sólo se preocupan de buscar agua y comida. Creo que no son ellas las
                                       que enseñan: soy yo quien aprendo.»
                                          -Maktub -dijo finalmente el Mercader.
                                          -¿Qué significa eso?
                                          -Tendrías que haber nacido árabe para entenderlo -repuso él-. Pero
                                       la traducción sería algo así como «está escrito».
                                          Y mientras apagaba las brasas del narguile, le dijo al muchacho que
                                       podía empezar a vender el té en las jarras.
                                          A veces es imposible detener el río de la vida.
                                          Los hombres llegaban cansados después de subir la ladera. Y allí
                                       encontraban una tienda de bellos cristales con refrescante té de menta.
                                       Los hombres entraban para beber el té, que era servido en preciosas
                                       jarras de cristal.
                                          «A mi mujer nunca se le ocurrió esto», pensaba uno, y compraba
                                       algunas piezas porque iba a tener visitas por la noche, y quería
                                       impresionar a sus invitados con la riqueza de aquellas jarras. Otro
                                       hombre afirmó que el té tiene siempre mejor sabor cuando se sirve en
                                       recipientes de cristal, pues conservaban mejor su aroma. Un tercero




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