Page 64 - El alquimista
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azul, el verde de las palmeras aparecía delante de sus ojos. «Tal vez Dios
                                 haya creado el desierto para que el hombre pueda sonreír con las
                                 palmeras», pensó.
                                    Después decidió concentrarse en asuntos más prácticos. Sabía que
                                 en   aquella caravana venía el hombre al cual debía enseñar parte de sus
                                 secretos. Las señales se lo habían contado. Aún no conocía a ese
                                 hombre, pero sus ojos experimentados lo reconocerían en cuanto lo
                                 viese. Esperaba que fuese alguien tan capaz como su aprendiz anterior.
                                    «No sé por qué estas cosas tienen que ser transmitidas de boca a
                                 oreja», pensaba. No era exactamente porque fueran secretas, pues Dios
                                 revelaba pródigamente sus secretos a todas las criaturas.
                                    Él sólo tenía una explicación para este hecho: las cosas tenían que
                                 ser transmitidas así porque estarían hechas de Vida Pura, y este tipo de
                                 vida difícilmente consigue ser captado en pinturas o palabras.
                                    Porque las personas se fascinan con pinturas y palabras y terminan
                                 olvidando el Lenguaje del Mundo.
                                    Los recién llegados fueron conducidos inmediatamente ante los
                                 jefes tribales de al-Fayum. El muchacho no podía creer lo que estaba
                                 viendo: en vez de ser un pozo rodeado de palmeras -como había leído
                                 cierta vez en un libro de historia-, el oasis era mucho mayor que
                                 muchas aldeas de España. Tenía trescientos pozos, cincuenta mil
                                 palmeras datileras y muchas tiendas de colores diseminadas entre ellas.
                                    -Parece las Mil y Una Noches -dijó el Inglés, impaciente por
                                 encontrarse con el Alquimista.
                                    En seguida se vieron rodeados de chiquillos, que contemplaban
                                 curiosos a los animales, los camellos y las personas que llegaban. Los
                                 hombres querían saber si habían visto algún combate y las mujeres se
                                 disputaban los tejidos y piedras que los mercaderes habían traído. El
                                 silencio del desierto parecía un sueño distante; las personas hablaban
                                 sin parar, reían y gritaban, como si hubiesen salido de un mundo
                                 espiritual para estar de nuevo entre los hombres. Estaban contentos y
                                 felices.
                                    A pesar de las precauciones del día anterior, el camellero explicó
                                 al muchacho que los oasis en el desierto eran siempre considerados
                                 terreno neutral, porque la mayor parte de sus habitantes eran mujeres
                                 y niños, y había oasis en ambos bandos. Así, los guerreros lucharían en
                                 las arenas del desierto, pero respetarían los oasis como ciudades de
                                 refugio.




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