Page 65 - El alquimista
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El Jefe de la Caravana los reunió a todos con cierta dificultad y
                                       comenzó a darles instrucciones. Permanecerían allí hasta que la guerra
                                       entre los clanes hubiese terminado. Como eran visitantes, deberían
                                       compartir las tiendas con los habitantes del oasis, que les cederían los
                                       mejores lugares. Era la hospitalidad que imponía la Ley. Después pidió
                                       que todos, inclusive sus propios centinelas, entregasen las armas a los
                                       hombres indicados por los jefes tribales.
                                          -Son las reglas de la guerra -explicó el Jefe de la Caravana. De esta
                                       manera, los oasis no pueden hospedar a ejércitos ni guerreros.
                                          Para sorpresa del muchacho, el Inglés sacó de su chaqueta un
                                       revólver cromado y lo entregó al hombre que recogía las armas.
                                          -¿Para qué quiere un revólver? -preguntó.
                                          -Para aprender a confiar en los hombres -repuso el Inglés. Estaba
                                       contento por haber llegado al final de su búsqueda.
                                          El muchacho, en cambio, pensaba en su tesoro. Cuanto más se
                                       acercaba a su sueño, más difíciles se tornaban las cosas. Ya no
                                       funcionaba aquello que el viejo rey había llamado «suerte del princi-
                                       piante». Lo único que él sabía que funcionaba era la prueba de la
                                       persistencia y del coraje de quien busca su Leyenda Personal. Por eso
                                       no podía apresurarse, ni impacientarse. Si actuara así, terminaría no
                                       viendo las señales que Dios había puesto en su camino.
                                          «... que Dios colocó en mi camino», pensó el muchacho sorprendi-
                                       do. Hasta aquel momento había considerado las señales como algo
                                       perteneciente al mundo. Algo como comer o dormir, algo como buscar
                                       un amor o conseguir un empleo. Nunca antes había pensado que éste
                                       era un lenguaje que Dios estaba usando para mostrarle lo que debía
                                       hacer.
                                          «No te impacientes -se repitió para sí-. Como dijo el camellero,
                                       come a la hora de comer. Y camina a la hora de caminar.»
                                          El primer día todos durmieron de cansancio, inclusive el inglés. El
                                       muchacho estaba instalado lejos de él, en una tienda con otros cinco
                                       jóvenes de edad similar a la suya. Eran gente del desierto, y querían
                                       saber historias de las grandes ciudades.
                                          El muchacho les habló de su vida de pastor, e iba a empezar a
                                       relatarles su experiencia en la tienda de cristales cuando se presentó
                                       el Inglés.
                                          -Te he buscado toda la mañana -dijo mientras se lo llevaba afuera-.
                                       Necesito que me ayudes a descubrir dónde vive el Alquimista.




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