Page 88 - El alquimista
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como cualquier otra cosa sobre la faz de la tierra. Tú ni siquiera
                                 necesitas entender el desierto: basta con contemplar un simple grano
                                 de arena para ver en él todas las maravillas de la Creación.
                                    -¿Qué debo hacer para sumergirme en el desierto?
                                    -Escucha a tu corazón. Él lo conoce todo, porque proviene del
                                 Alma del Mundo, y un día retornará a ella.
                                    Anduvieron en silencio dos días más. El Alquimista iba mucho más
                                 cauteloso, porque se aproximaban a la zona de combates más violen-
                                 tos. Y el muchacho procuraba escuchar a su corazón.
                                    Era un corazón difícil: antes estaba acostumbrado a partir siempre,
                                 y ahora quería llegar a cualquier precio. A veces, su corazón pasaba
                                 horas enteras contando historias nostálgicas, otras veces se emociona-
                                 ba con la salida del sol en el desierto y hacía que el muchacho llorara
                                 a escondidas. El corazón latía más rápido cuando hablaba sobre el
                                 tesoro y se volvía más perezoso cuando los ojos del muchacho se
                                 perdían en el horizonte infinito del desierto. Pero nunca estaba en
                                 silencio, incluso aunque el chico no intercambiara una palabra con
                                 el Alquimista.
                                    -¿Por qué hemos de escuchar al corazón? -preguntó él muchacho
                                 cuando acamparon aquel día.
                                    -Porque donde él esté es donde estará tu tesoro.
                                    -Mi corazón está muy agitado -dijo el chico-. Tiene sueños, se
                                 emociona y está enamorado de una mujer del desierto. Me pide cosas
                                 y no me deja dormir muchas noches, cuando pienso en ella.
                                    -Eso es bueno. Quiere decir que está vivo. Continúa escuchando
                                 lo que tenga que decirte.
                                    Durante los tres días siguientes, pasaron cerca de algunos guerreros
                                 y vieron a otros grupos en la lejanía. El corazón del muchacho empezó
                                 a hablarle de miedo. Le contaba historias que había escuchado del
                                 Alma   del Mundo, historias de hombres que fueron en busca de sus
                                 tesoros y jamás los encontraron. A veces lo asustaba con el pensamien-
                                 to de que tal vez no conseguiría el tesoro, o que podría morir en el
                                 desierto. Otras veces le decía que ya era suficiente, que ya estaba
                                 satisfecho, que ya había encontrado un amor y muchas monedas de
                                 oro.
                                    -Mi corazón es traicionero -dijo el muchacho al Alquimista
                                 cuando pararon para dejar descansar un poco a los caballos-. No
                                 quiere que yo siga adelante.




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