Page 85 - El alquimista
P. 85

-Antes yo miraba al desierto con deseo -dijo Fátima-. Ahora lo haré
                                       con esperanza. Mi padre un día partió, pero volvió junto a mi madre,
                                       y continúa volviendo siempre.
                                          Y no dijeron nada más. Anduvieron un poco entre las palmeras y
                                       el muchacho la dejó a la puerta de la tienda.
                                          -Volveré como tu padre volvió para tu madre -aseguró.
                                          Se dio cuenta de que los ojos de Fátima estaban llenos de lágrimas.
                                          -¿Lloras?
                                          -Soy una mujer del desierto -dijo ella escondiendo el rostro-. Pero
                                       por encima de todo soy una mujer.
                                          Fátima entró en la tienda. Dentro de poco amanecería. Cuando
                                       llegara el día, ella saldría a hacer lo mismo que había hecho durante
                                       tantos años; pero todo habría cambiado. El muchacho ya no estaría en
                                       el oasis, y el oasis no tendría ya el significado que tenía hasta hacía
                                       unos momentos. Ya no sería el lugar con cincuenta mil palmeras y
                                       trescientos pozos, adonde los peregrinos llegaban contentos después
                                       de un largo viaje. El oasis, a partir de aquel día, sería para ella un lugar
                                       vacío.
                                          A partir de aquel día el desierto iba a ser más importante. Siempre
                                       lo miraría intentando saber cuál era la estrella que él debía de estar
                                       siguiendo en busca del   tesoro. Tendría que mandar sus besos con el
                                       viento con la esperanza de que tocase el rostro del muchacho y le
                                       contase que estaba viva, esperando por él, como una mujer espera a un
                                       hombre valiente que sigue en busca de sueños y tesoros. A partir de
                                       aquel día, el desierto sería solamente una cosa: la esperanza de su
                                       retorno.
                                          -No pienses en lo que quedó atrás -le advirtió el Alquimista
                                       cuando comenzaron a cabalgar por las arenas del desierto-. Todo está
                                       grabado en el Alma del Mundo, y allí permanecerá para siempre.
                                          -Los hombres sueñan más con el regreso que con la partida -dijo el
                                       muchacho, que ya se estaba volviendo a acostumbrar al silencio del
                                       desierto.
                                          -Si lo que tú has encontrado está formado por materia pura, jamás
                                       se pudrirá. Y tú podrás volver un día. Si fue sólo un momento de luz,
                                       como la explosión de una estrella, entonces no encontrarás nada
                                       cuando regreses. Pero habrás visto una explosión de luz. Y esto sólo ya
                                       habrá valido la pena.
                                          El hombre hablaba usando el lenguaje de la Alquimia. Pero el
                                       muchacho sabía que se estaba refiriendo a Fátima.


                                                              œ  85   œ
   80   81   82   83   84   85   86   87   88   89   90