Page 78 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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de paso, que sin la nacionalización del petróleo hubiera sido imposible el desarrollo industrial.) La
Revolución no se limitó a expropiar: por medio de una red de bancos e instituciones de crédito creó
nuevas industrias estatales, subvencionó otras (privadas o semiprivadas) y, en general, intentó
orientar en forma racional y de provecho público el desarrollo económico. Todo esto —y muchas
otras cosas más— fue realizado lentamente y no sin tropiezos, errores e inmoralidades. Pero, así sea
con dificultad y desgarrado por terribles contradicciones, el rostro de México empezó a cambiar.
Poco a poco surgió una nueva clase obrera y una burguesía. Ambas vivieron a la sombra del Estado
y sólo hasta ahora comienzan a cobrar vida autónoma.
La tutela gubernamental de la clase obrera se inició como una alianza popular: los obreros
apoyaron a Carranza a cambio de una política social más avanzada. Por la misma razón sostuvieron
a Obregón y Calles. Por su parte, el Estado protegió a las organizaciones sindicales. Pero la alianza
se convirtió en sumisión y los gobiernos premiaron a los dirigentes con altos puestos públicos. El
proceso se acentuó y consumó, aunque parezca extraño, en la época de Cárdenas, el período más
extremista de la Revolución. Y fueron precisamente los dirigentes que habían luchado contra la
corrupción sindical los que entregaron las organizaciones obreras. Se dirá que la política de
Cárdenas era revolucionaria: nada más natural que los sindicatos la apoyasen. Pero, empujados por
sus líderes, los sindicatos formaron parte, como un sector más, del Partido de la Revolución, esto es,
del partido gubernamental/ Se frustró así la posibilidad de un partido obrero o, al menos, de un
movimiento sindical a la norteamericana, apolítico, sí, pero autónomo y libre de toda ingerencia
oficial. Los únicos que ganaron fueron los líderes, que se convirtieron en profesionales de la
política: diputados, senadores, gobernadores. En los últimos años asistimos, sin embargo, a un
cambio: con creciente energía las agrupaciones obreras recobran su autonomía, desplazan a los
dirigentes corrompidos y luchan por instaurar una democracia sindical. Este movimiento puede ser
una de las fuerzas decisivas en el renacimiento de la vida democrática. Al mismo tiempo, dadas las
características sociales de nuestro país, la acción obrera, si se quiere eficaz, debe evitar el
sectarismo de algunos de los nuevos dirigentes y buscar la alianza con los campesinos y con un
nuevo sector, hijo también de la Revolución: la clase media. Hasta hace poco la clase media era un
grupo pequeño, constituido por pequeños comerciantes y las tradicionales "profesiones liberales"
(abogados, médicos, profesores, etc.). El desarrollo industrial y comercial y el crecimiento de la
Administración Pública han creado una numerosa clase media, cruda e ignorante desde el punto de
vista cultural y político pero llena de vitalidad.
Más dueña de sí, más poderosa también, la burguesía no sólo ha logrado su independencia sino
que trata de incrustarse en el Estado, no ya como protegida sino como directora única. El banquero
sucede al general revolucionario; el industrial aspira a desplazar al técnico y al político. Estos
grupos tienden a convertir al Gobierno, cada vez con mayor exclusividad, en la expresión política
de sus intereses. Pero la.burguesía no forma un todo homogéneo: unos, herederos de la Revolución
mexicana (aunque a veces lo ignoren), están empeñados en crear un capitalismo nacional;'otros, son
simples intermediarios y agentes del capital financiero internacional. Finalmente, según se ha dicho,
dentro del Estado hay muchos técnicos que a través de avances y retrocesos, audacias y
concesiones, continúan una política de interés nacional, congruente con el pasado revolucionario.
Todo esto explica la marcha sinuosa del Estado y su deseo de "no romper el equilibrio". Desde la
época de Carranza, la /Revolución mexicana ha sido un compromiso entre fuerzas opuestas:
nacionalismo e imperialismo, obrerismo y desarrollo industrial, economía dirigida y régimen de "li-
bre empresa", democracia y paternalismo estatal.
Nada de lo logrado hubiese sido posible dentro del marco del capitalismo clásico. Y aún más: sin
la Revolución y sus gobiernos ni siquiera tendríamos capitalistas mexicanos. En realidad, el
capitalismo nacional no sólo es consecuencia natural de la Revolución sino que, en buena parte, es
hijo, criatura del Estado revolucionario. Sin el reparto de tierras, las grandes obras materiales, las
empresas estatales y las de "participación estatal", la política de inversiones públicas, los subsidios
directos o indirectos a la industria y, en general, sin la intervención del Estado en la vida
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