Page 80 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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Sin duda la mejor —y quizá la única— solución consiste en la inversión de capitales públicos, ya
                  sean préstamos gubernamentales o por medio de las organizaciones internacionales. Los primeros
                  entrañan condiciones políticas o económicas y de ahí que se prefiera a los segundos. Como es
                  sabido, las Naciones Unidas y sus organismos especializados fueron fundados, entre otros fines, con
                  el de impulsar la evolución económica y social  de los países "subdesarrollados". Principios
                  análogos postula la Carta de la Organización de los Estados Americanos. Ante la inestable situación
                  mundial —reflejo, fundamentalmente, del  desequilibrio entre los "grandes" y los
                  "subdesarrollados"— parecería natural que se hubiese hecho algo realmente apreciable en este
                  campo. Lo cierto es que las sumas que se destinan a este objeto resultan irrisorias, sobre todo si se
                  piensa en lo que gastan las grandes potencias en preparativos militares. Empeñadas en ganar la
                  guerra de mañana por medio de pactos guerreros con gobiernos efímeros e impopulares, ocupadas
                  en la conquista de la luna, olvidan lo que ocurre en el subsuelo del planeta. Es evidente que nos
                  encontramos frente a un muro que, solos, no podemos ni saltar ni perforar. Nuestra política exterior
                  ha sido justa pero sin duda podríamos hacer más si nos unimos a otros pueblos con problemas
                  semejantes a los nuestros. La situación de México, en este aspecto, no es distinta a la de la mayoría
                  de los países latinoamericanos, asiáticos y africanos.
                     La ausencia de capitales puede remediarse de otra manera. Existe, ya lo sabemos, un método de
                  probada eficacia. Después de todo, el capital no es sino trabajo humano acumulado. El prodigioso
                  desarrollo de la Unión Soviética —otro tanto podrá decirse, en breve, de China— no es más que la
                  aplicación de esta fórmula. Gracias a la economía dirigida, que ahorra el despilfarro y la anarquía
                  inherentes al sistema capitalista, y al empleo "racional" de una inmensa mano de obra, dirigida a la
                  explotación de unos recursos también inmensos, en menos de medio siglo la Unión Soviética se ha
                  convertido en el único rival de los Estados Unidos. Pero nosotros no tenemos ni la población ni los
                  recursos, materiales y técnicos, que exige un experimento de tales proporciones (para no hablar de
                  nuestra vecindad con los Estados Unidos y de otras circunstancias históricas). Y, sobre todo, el
                  empleo "racional" de la mano de obra y la economía dirigida significan, entre otras cosas, el trabajo
                  a destajo (estajanovismo), los campos de concentración, las labores forzadas, la deportación de
                  razas y nacionalidades, la supresión de los derechos elementales de los trabajadores y el imperio de
                  la burocracia. Los métodos de "acumulación socialista" —como los llamaba el difunto Stalin— se
                  han revelado bastante más crueles que los sistemas de "acumulación primitiva" del capital, que con
                  tanta justicia indignaban a Marx y Engels. Nadie duda que el  "socialismo" totalitario puede
                  transformar la economía de un país; es más dudoso que logre liberar al hombre. Y esto último es lo
                  único que nos interesa y lo único que justifica una revolución.
                     Es verdad que algunos autores, como Isaac Deutscher, piensan que una vez creada la abundancia
                  se iniciará, casi insensiblemente, el tránsito hacia el verdadero socialismo y la democracia. Olvidan
                  que mientras tanto se han creado clases, o castas, dueñas absolutas del poder político y económico.
                  La historia muestra que nunca una clase ha cedido voluntariamente sus privilegios y ganancias. La
                  idea del "tránsito insensible" hacia el socialismo es tan fantástica como el mito de la "desaparición
                  gradual del Estado" en labios de Stalin y sus sucesores. Por supuesto que no son imposibles los
                  cambios en la sociedad soviética. Toda sociedad es histórica, quiero decir, condenada a la
                  transformación. Pero lo mismo puede decirse de los países capitalistas. Ahora bien, lo característico
                  de ambos sistemas, en este momento, es su resistencia al cambio, su voluntad de no ceder ni a la
                  presión exterior ni a la interior. Y en esto reside el peligro de la situación: la guerra antes que la
                  transformación.

                     A LA LUZ del pensamiento revolucionario tradicional aun desde la perspectiva del liberalismo del
                  siglo pasado— resulta escandalosa la existencia, en pleno siglo XX, de anomalías históricas como
                  los países "subdesarrolla-dos" o la de un imperio "socialista" totalitario. Muchas de las previsiones
                  y hasta de los sueños del siglo XIX se han realizado (las grandes revoluciones, los progresos de la
                  ciencia y la técnica, la transformación de la naturaleza, etc.) pero de  una manera paradójica o




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