Page 79 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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económica, nuestros banqueros y "hombres de negocios" no habrían tenido ocasión de ejercer su
                  actividad o formarían parte del "personal nativo" de alguna compañía extranjera. En un país que ini-
                  cia su desarrollo económico con más de dos siglos de retraso era indispensable acelerar el
                  crecimiento "natural" de las fuerzas productivas.  Esta "aceleración" se llama: intervención del
                  Estado, dirección —así sea parcial— de la economía. Gracias a esta política nuestra evolución es
                  una de las más rápidas y constantes en América. No se trata de bonanzas momentáneas o de
                  progresos en un sector aislado —como el petróleo en Venezuela o el azúcar en Cuba— sino de un
                  desarrollo más amplio y general. Quizá el síntoma más significativo sea la tendencia a crear una
                  "economía diversificada" y una industria "integrada", es decir, especializada en nuestros recursos.
                  Dicho lo anterior, debe agregarse que aún no hemos logrado, ni con mucho, todo lo que era
                  necesario e indispensable. No tenemos una industria básica, aunque contamos con una naciente
                  siderurgia; no fabricamos máquinas que fabriquen máquinas y ni siquiera hacemos tractores; nos
                  faltan todavía caminos, puentes, ferrocarriles; le hemos dado la espalda al mar: no tenemos puertos,
                  marina e industria pesquera; nuestro comercio exterior se equilibra gracias al turismo y a los dólares
                  que ganan en los Estados Unidos nuestros "braceros"... Y algo más decisivo: a pesar de la
                  legislación nacionalista, el capital norteamericano es cada día más poderoso y determinante en los
                  centros vitales de nuestra economía. En suma, aunque empezamos a contar con una industria, to-
                  davía somos, esencialmente, un país productor de materias primas. Y esto significa: dependencia de
                  las oscilaciones del mercado mundial, en lo exterior; y en lo interior: pobreza, diferencias atroces
                  entre la vida de los ricos y los desposeídos, desequilibrio.

                     CON CIERTA regularidad se discute si la política social y económica ha sido o no acertada. Sin
                  duda se trata de algo más complejo que la técnica y que está más allá de los errores, imprevisiones o
                  inmoralidades de ciertos grupos. La verdad es que los recursos de que dispone la nación, en su
                  totalidad, son insuficientes para "financiar" el desarrollo integral de México y aun para crear lo que
                  los técnicos llaman la "infraestructura económica", única base sólida de un progreso efectivo. Nos
                  faltan capitales y el ritmo interno de capitalización y reinversión es todavía demasiado lento. Así,
                  nuestro problema esencial consiste, según el decir de los expertos, en obtener los recursos
                  indispensables para nuestro desarrollo. ¿Dónde y cómo?
                     Uno de los hechos que caracterizan la economía mundial es el desequilibrio que existe entre los
                  bajos precios de las materias primas y los altos precios de los productos manufacturados. Países
                  como México —es decir: la mayoría del planeta— están sujetos a los cambios continuos e
                  imprevistos del mercado mundial. Como lo han sostenido nuestros delegados en multitud de
                  conferencias interamericanas e internacionales, ni siquiera es posible esbozar programas
                  económicos a largo plazo si no se suprime esta inestabilidad. Por otra parte, no se llegará a reducir
                  el desnivel, cada vez más profundo entre los países "subdesarrollados" y los "avanzados" si estos
                  últimos no pagan precios justos por los productos primarios. Estos productos son nuestra fuente
                  principal de ingresos y, por tanto, constituyen la mejor posibilidad de "financia-miento" de nuestro
                  desarrollo económico. Por razones de sobra conocidas, nada o muy poco se ha conseguido en este
                  campo. Los países "avanzados" sostienen imperturbables —como si viviésemos a principios del
                  siglo pasado— que se trata de "leyes naturales del mercado", sobre las cuales el hombre tiene escasa
                  influencia. La verdad es que se trata de la ley del león.
                     Uno de los remedios que más frecuentemente nos ofrecen los países "avanzados" —
                  señaladamente los Estados Unidos— es el de las inversiones privadas extranjeras. En primer lugar,
                  todo el mundo sabe que las ganancias de esas inversiones salen del país, en forma de dividendos y
                  otros beneficios. Además, implican dependencia  económica y, a la larga,  ingerencia política del
                  exterior. Por otra parte, el capital privado no se interesa en inversiones a largo plazo y de escaso
                  rendimiento, que son las que nosotros necesitamos; por el contrario, busca los campos más
                  lucrativos y que ofrezcan posibilidades de mejores y más rápidas ganancias. En fin, el capitalista no
                  puede ni desea someterse a un plan general de desarrollo económico.




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