Page 105 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Leía en sus ojos los millares de veces que había imaginado aquel mo-
mento, los escenarios que había construido a nuestro alrededor, el corte de
pelo que yo debía de llevar y el color de mi ropa. Yo quería decir «sí», que se-
ría bienvenido, que mi corazón había ganado la batalla. Quería decirle cuánto
lo amaba, cuánto lo deseaba en aquel momento.
Pero continué en silencio. Asistí, como en un sueño, a su lucha interior.
Vi que tenía ante él mi «no», el miedo de perderme, las palabras duras que
había oído en momentos semejantes, porque todos pasamos por eso, y
acumulamos cicatrices.
Sus ojos empezaron a brillar. Sabía que estaba venciendo todas aque-
llas barreras.
Entonces solté una de sus manos, cogí un vaso y lo puse en el borde de
la mesa.
— Se va a caer —dijo él.
— Exacto. Quiero que tú lo tires.
— ¿Romper un vaso?
Sí, romper un vaso. Un gesto aparentemente simple, pero que implicaba
miedos que nunca llegaremos a entender del todo. ¿Qué hay de malo en rom-
per un vaso barato, si todos hemos hecho eso sin querer alguna vez en la vi-
da?
— ¿Romper un vaso? —repitió—. ¿Por qué?
— Podría dar algunas razones —respondí—. Pero la verdad es que es
sencillamente por romperlo.
— ¿Por ti?
— Claro que no.
Él miraba el vaso en el borde de la mesa, preocupado de que fuese a
caerse.
«Es un rito de pasaje, como tú mismo dices —tuve ganas de decirle—.
Es lo prohibido. Los vasos no se rompen adrede. Cuando estamos en los res-
taurantes o en nuestras casas procuramos que los vasos no queden en el bor-
de de la mesa. Nuestro universo exige que tengamos cuidado para que los va-
sos no caigan al suelo.»
Sin embargo, seguí pensando, cuando los rompemos sin querer, vemos
que no era tan grave. El camarero dice «no tiene importancia», y nunca en mi
vida, he visto que en la cuenta de un restaurante hayan incluido el precio de un
vaso roto. Romper vasos forma parte de la vida y no nos hacemos daño a no-
sotros ni al restaurante ni al prójimo.
Moví la mesa. El vaso se bamboleó, pero no cayó.
— ¡Cuidado! —dijo él, instintivamente.
— Rompe el vaso —insistí.
Rompe el vaso, pensaba para mí, porque es un gesto simbólico. Trata
de entender que yo rompí dentro de mí cosas mucho más importantes que un

