Page 110 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
P. 110

Cuando salimos del hotel, las campanas seguían sonando, y él sugirió
                  que entrásemos un rato en la iglesia.
                         — No hemos hecho otra cosa —respondí—. Iglesias, oraciones, rituales.

                         — Hicimos el amor —dijo él—. Nos emborrachamos tres veces. Cami-
                  namos por las montañas. Hemos equilibrado bien el Rigor y la Misericordia.
                         Yo había dicho una tontería. Necesitaba acostumbrarme a la nueva vida.

                         — Perdóname —dije.
                         — Entramos sólo un rato. Estas campanadas son una señal.

                         Él tenía toda la razón, pero yo no me daría cuenta hasta el día siguiente.
                  Sin entender la oculta señal, subimos al coche y viajamos durante cuatro horas
                  hasta el monasterio de Piedra.
   105   106   107   108   109   110   111   112   113   114   115