Page 101 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Durante el resto de aquel día caminé por el valle. Jugué con la nieve, es-
                  tuve en una población cercana a Saint-Savin, comí un bocadillo de pâté, me
                  quedé mirando a unos niños que jugaban al fútbol.
                         En la iglesia de otro pueblo, encendí una vela. Cerré los ojos y repetí las
                  invocaciones que había aprendido el día anterior. Después empecé a pronun-
                  ciar palabras sin sentido, mientras me concentraba en la imagen de un crucifijo
                  que había detrás del altar. A los pocos instantes, el don de las lenguas se fue
                  apoderando de mí. Era más fácil de lo que pensaba.

                         Podía parecer una locura: murmurar cosas, decir palabras que nadie co-
                  noce y que no significan nada para nuestro raciocinio. Pero el Espíritu Santo
                  conversaba con mi alma, diciendo cosas que ella necesitaba oír.

                         Cuando sentí que estaba suficientemente purificada, cerré los ojos y re-
                  cé:

                         «Nuestra Señora, devuélvemela fe. Que yo pueda ser también un ins-
                  trumento de Tu trabajo. Dame la oportunidad de aprender a través de mi amor.
                  Porque el amor nunca apartó a nadie de sus sueños.

                         »Que yo sea compañera y aliada del hombre que amo. Que él haga todo
                  lo que tenga que hacer… a mi lado. »
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