Page 103 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
P. 103

Paramos en un pueblo cerca de San Martín de Unx. La travesía de los
                  Pirineos nos había llevado más tiempo del que pensábamos, a causa de la llu-
                  via y la nieve del día anterior.
                         — Necesitamos encontrar algo abierto —dijo él, bajando del coche—.
                  Tengo hambre.
                         No me moví.

                         — Ven —insistió, abriendo mi puerta.
                         — Quiero hacerte una pregunta. Una pregunta que no he hecho desde
                  que nos encontramos.

                         Se puso inmediatamente serio. Me dio risa su preocupación.
                         — ¿Es una pregunta muy importante?
                         — Muy importante —respondí, tratando de parecer seria—. La pregunta
                  es la siguiente: ¿adónde nos dirigimos?

                         Estallamos en una carcajada.
                         — A Zaragoza —respondió, aliviado.

                         Bajé del coche y empezamos a buscar un restaurante abierto. Sería casi
                  imposible, a aquella hora de la noche.

                         «No, no es imposible. La Otra ya no está conmigo. Ocurren milagros»,
                  dije para mis adentros.
                         — ¿Cuándo tienes que llegar a Barcelona? —pregunté.
                         Él no respondió, y su rostro se puso serio. «Tengo que evitar esas pre-
                  guntas —pensé—. Puede parecer que estoy tratando de controlar su vida.»

                         Anduvimos un rato sin conversar. En la plaza del pueblo había un letrero
                  encendido: Mesón El Sol.

                         — Allí está abierto. Vamos a comer —fue su único comentario.
                         Los pimientos del piquillo con anchoas estaban dispuestos en forma de
                  estrella. Al lado, el queso manchego, en tajadas casi transparentes.

                         En el centro de la mesa, una vela encendida, y una botella de vino Rioja
                  casi por la mitad.

                         — Esto era una bodega medieval comentó el chico que servía.
                         No había casi nadie en el bar a esa hora de la noche. Él se levantó, fue
                  al teléfono y volvió a la mesa. Sentí ganas de preguntarle a quién había llama-
                  do, pero esa vez logré contenerme.
                         — Tenemos abierto hasta las dos y media de la mañana —siguió dicien-
                  do el chico—. Pero si quieren les puedo traer más jamón, queso y vino, y se
                  quedan en la plaza. El alcohol mantendrá a raya el frío.
   98   99   100   101   102   103   104   105   106   107   108