Page 107 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Me quitó la ropa y me penetró con fuerza, con miedo, con deseo. Sentí
algo de dolor, pero eso no tenía importancia. Como tampoco tenía importancia
mi placer en ese momento. Le pasaba las manos por el pelo, escuchaba sus
gemidos, y daba las gracias a Dios porque él estaba allí, dentro de mí, hacién-
dome sentir como si fuese la primera vez.
Nos amamos toda la noche, y el amor se mezclaba con el sueño y con
los sueños. Lo sentía dentro de mí, y lo abrazaba para tener la certeza de que
aquello estaba ocurriendo de verdad, para no dejar que se fuese de repente,
como los caballeros andantes que algún día habían habitado el viejo castillo
transformado en hotel. Las silenciosas paredes de piedra parecían contar histo-
rias de doncellas que se quedaban esperando, de lágrimas derramadas, y de
días interminables en la ventana, mirando el horizonte, en busca de una señal
o de una esperanza.
Pero yo nunca pasaría por eso, me prometí. No lo perdería nunca. Él
siempre estaría conmigo, porque yo había escuchado las lenguas del Espíritu
Santo, mirando un crucifijo detrás de un altar, y esas lenguas me habían dicho
que yo no estaba cometiendo ningún pecado.
Sería su compañera, y juntos desbravaríamos el mundo que esperaba
ser creado de nuevo. Hablaríamos de la Gran Madre, lucharíamos al lado del
Arcángel Miguel, viviríamos juntos la agonía y el éxtasis de los pioneros. Eso
me habían dicho las lenguas, y yo había recuperado la fe, sabía que decían la
verdad.

