Page 115 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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esa situación; entonces yo lo guiaría con el mismo amor y la misma seguridad,
                  hasta llegar a un lugar seguro donde pudiésemos descansar juntos.
                         Andábamos despacio, y el descenso parecía no terminar nunca. Tal vez
                  fuese ése un nuevo rito de pasaje, el final de una época en la que no brillaba
                  ninguna luz en mi vida. A medida que avanzaba por aquel túnel, recordaba el
                  tiempo que había perdido en el mismo lugar, tratando de echar raíces en un
                  suelo donde nada crecía.
                         Pero Dios era bueno, y me había devuelto el entusiasmo perdido, las
                  aventuras que había soñado, el hombre que —sin querer— había esperado
                  durante toda mi vida. No sentía ningún remordimiento por el hecho de que él
                  dejase el seminario; porque había muchas maneras de servir a Dios, como
                  había dicho el padre, y nuestro amor multiplicaría esas maneras. A partir de
                  ahora, también yo tenía la oportunidad de servir y ayudar…, todo a causa de él.

                         Saldríamos por el mundo, él confortando a los demás, yo confortándolo
                  a él.

                         «Gracias, Señor, por ayudarme a servir. Enséñame a ser digna de eso.
                  Dame fuerzas para participar en su misión, caminar con él por la Tierra, des-
                  arrollar de nuevo mi vida espiritual. Que todos nuestros días sean como lo fue-
                  ron éstos: de lugar en lugar, curando a los enfermos, confortando a los tristes,
                  hablando del amor que la Gran Madre tiene por todos nosotros.»
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