Page 122 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Esa noche me acosté en el suelo helado, y en seguida el frío me aneste-
                  sió. En ocasiones pensé que podía morir si no conseguía un abrigo, pero ¿qué
                  más daba? Todo lo más importante en mi vida me lo habían dado generosa-
                  mente en una semana, y me lo habían quitado en un minuto, sin que tuviese
                  tiempo de decir nada.

                         Mi cuerpo empezó a temblar de frío. En algún momento se detendría,
                  porque habría gastado todas sus energías tratando de calentarse, y ya no po-
                  dría hacer nada. Entonces, el cuerpo volvería a su tranquilidad habitual, y la
                  muerte me acogería en sus brazos.
                         Temblé más de una hora. Y la paz llegó.

                         Antes de cerrar los ojos, empecé a oír la voz de mi madre. Me contaba
                  una historia que ya me había contado cuando era niña, sin sospechar que se
                  refería a mí.

                         «Un muchacho y una muchacha se enamoraron locamente decía la voz
                  de mi madre, en aquella mezcla de sueño y delirio—. Y decidieron casarse. Los
                  novios siempre se hacen regalos.

                         »El muchacho era pobre: su único bien consistía en un reloj que había
                  heredado del abuelo. Pensando en los bellos cabellos de la amada, decidió
                  vender el reloj para comprar un bonito prendedor de plata.

                         »La muchacha tampoco tenía dinero para el regalo de bodas. Entonces,
                  fue hasta la tienda del principal comerciante del lugar y vendió sus cabellos.
                  Con el dinero, compró una cadena de oro para el reloj de su amado.

                         »Cuando se encontraron, el día de la fiesta del casamiento, ella le dio a
                  él una cadena para un reloj que había sido vendido, y él le dio a ella un pren-
                  dedor para unos cabellos que ya no existían.»
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