Page 69 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Pero continuó:
— Hace dos semanas no conseguí soportar la tristeza de mi alma. Bus-
qué a mi superior y le conté todo lo que me pasaba. Le conté la historia de mi
amor por ti, y lo que había sentido al hacer aquel inventario.
Empezó a caer una lluvia fina. Bajé la cabeza y me cerré más la chaque-
ta. Tenía miedo de oír el resto.
— Entonces mi superior me dijo: «Hay muchas maneras de servir al Se-
ñor. Si crees que ése es tu destino, ve a su encuentro. Sólo quien es feliz pue-
de repartir felicidad.»
»— No sé si ése es mi destino —respondí a mi superior—. Encontré la
paz en mi corazón cuando decidí entrar en este monasterio.
»— Entonces ve allí, y sácate todas las dudas —dijo él—. Quédate en el
mundo, o regresa al seminario. Pero tienes que estar entero en el lugar que
escojas. Un reino dividido no resiste las embestidas del adversario. Un ser
humano dividido no consigue afrontar la vida con dignidad.
Metió la mano en el bolso y me dio algo. Era una llave.
— El superior me prestó la llave de la casa. Dijo que podía esperar un
poco antes de vender los objetos. Sé que quería que yo volviese allí contigo.
»Fue él quien organizó la charla en Madrid, para que pudiésemos volver
a encontrarnos.
Miré la llave que tenía en la mano y apenas sonreí. Mientras tanto, de-
ntro de mi pecho, era como si tocasen campanas y se abriese el cielo. Él servi-
ría a Dios de otra manera: a mi lado. Porque lucharía por eso.
— Ten esta llave—dijo.
Tendí la mano, y guardé la llave en el bolso.

