Page 65 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Ella nos miraba. La campesina adolescente que dijo «sí» a su destino.
                  La mujer que aceptó llevar en el vientre al hijo de Dios, y en el corazón el amor
                  de la Diosa. Ella era capaz de comprender.

                         Yo no quería preguntar nada. Bastaban los momentos pasados en la
                  iglesia, esa tarde, para justificar todo aquel viaje. Bastaban los cuatro días con
                  él para justificar todo aquel año en el que nada especial había sucedido.

                         Por eso no quería preguntar nada. Salimos de la iglesia cogidos de la
                  mano, y regresamos a la habitación. La cabeza me daba vueltas…; el semina-
                  rio, la Gran Madre, el encuentro que él tendría esa noche.

                         Entonces me di cuenta de que tanto yo como él queríamos atar nuestras
                  almas al mismo destino; pero existía un seminario en Francia, existía Zaragoza.
                  Se me estrujó el corazón. Miré las casas medievales, la fuente de la noche an-
                  terior. Recordé el silencio y el aire triste de la Otra mujer que yo había sido un
                  día.
                         «Dios, estoy intentando recuperar mi fe. No me abandones en medio de
                  una historia como ésta», pedí, alejando el miedo.
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