Page 59 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
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soplando y relinchando con gran estrépito, acciones a que les
                             impulsa naturalmente el calor de su sangre; si ocurre que por
                             casualidad esos potros oyen un sonido de trompetas, o si alguna
                             tonada musical llega a herir sus oídos, los veréis, bajo el mágico
                             poder de la música, quedarse inmóviles como por acuerdo unánime, y
                             sus ojos tomar una tímida expresión. Por esta razón el poeta
                             imaginaba que Orfeo atraía a los árboles, las piedras y las olas,
                             pues no hay cosa tan estúpida, tan dura, tan llena de cólera que la
                             música, en un instante, no le haga cambiar su naturaleza. El hombre
                             que no tiene música en sí, ni se emociona con la armonía de los
                             dulces sonidos, es apto para las traiciones, las estratagemas y las
                             malignidades; los movimientos de su alma son sordos como la noche y
                             sus sentimientos tenebrosos como el Erebo. No os fiéis jamás de un
                             hombre así12. Escuchad la música.


                             (Entran PORCIA y NERISSA, a distancia.)

                             PORCIA.-  Esa luz que percibimos arde en mi aposento. ¡Cuán lejos
                             lanza sus rayos esa diminuta candela! De igual modo resplandece una
                             buena acción en un mundo malo.
                             NERISSA.-  Cuando brillaba la luna no percibíamos la candela.
                             PORCIA.-  Así eclipsa una gran gloria a una gloria menor; el
                             lugarteniente de un rey brilla con tan grande esplendor como el
                             monarca hasta el momento en que este se presenta; entonces su
                             grandeza va decreciendo, parecida a un arroyuelo que, desde el
                             interior de las tierras, va a perderse en la inmensidad del océano.
                             ¡La música! ¡Escuchemos!
                             NERISSA.-  Son los músicos de vuestra casa, señora.
                             PORCIA.-  Ninguna cosa, según veo, es buena fuera de las
                             circunstancias. Dijera que esa música suena más dulcemente que
                             durante el día.
                             NERISSA.-  Es el silencio el que le presta esa virtud, señora.
                             PORCIA.-  El cuervo canta tan melodiosamente como la alondra cuando
                             nadie hay que les escuche; y creo que si el ruiseñor cantara durante
                             el día, mientras todos los gansos graznan, no sería juzgado mejor
                             músico que el reyezuelo. ¡Cuántas cosas deben su verdadera
                             perfección y sus alabanzas legítimas a la oportunidad de las
                             circunstancias! ¡Silencio! ¡Eh! ¡La luna duerme con Endimión, y no
                             le agradaría ser despertada!


                             (Cesa la música.)

                             LORENZO.-  O mucho me equivoco, o esa es la voz de Porcia.
                             PORCIA.-  Me reconoce como el ciego reconoce al cuco, por la voz
                             desagradable.
                             LORENZO.-  Querida señora, bien venida seáis, a vuestra casa.
                             PORCIA.-  Hemos ido a rezar por el éxito de nuestros esposos, que,
                             como esperamos, se acrecentará por nuestras oraciones. ¿Han
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