Page 115 - La Cabeza de la Hidra
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llevaría a tu casa.
—Pero si el plan A no fracasa, no hubiese ido a dar a la clínica, sino al campo militar y
de allí al cementerio.
—No, el Director General fue perfectamente franco contigo. Sólo quería tu nombre para
atizar la animosidad oficial contra Israel. Pero a ti te quería vivo para que escaparas de
la clínica, transfigurado, y lo guiases hasta mí.
—Hay algo que sigo sin entender. Ayub me advirtió en el Hilton que no debía asistir a
la ceremonia en Palacio. Cuando desperté en la clínica, el Director General me
recriminó mi presencia en la entrega de premios. Dijo que sólo quería mi nombre y que
mi presencia en Palacio echó a perder sus planes; me acusó de entrometido y me dijo
claramente que si me hubiera abstenido de asistir, como me lo pidió Ayub, todo habría
resultado como él lo quería.
—Te conocen bien. Sabían que harías exactamente lo contrario de lo que ellos te
pidieran, por orgulloso y por testarudo. La realidad era otra: tu presencia les era
indispensable.
—¿Por qué insistieron en esa versión falsa en la clínica, cuando todo había pasado?
—Simplemente, para que la creyeras y te alejaras de la versión real de los hechos. Al
Director General no le interesa que nadie ande diciendo que quiso asesinar al
Presidente. Ni siquiera como hipótesis.
—¿Es algo más que eso? ¿Existe alguna prueba?
Afirmé fingiendo tranquilidad:
—La libertad de Mauricio Rossetti. Ha sido extraditado. La justicia mexicana, en este
caso, ha sido expedita. Se atribuye la muerte de Angélica a un accidente. El cargo de
Trevor no prosperó. Rossetti ha sido reinstalado en su puesto de secretario privado del
Director General. Le debe todo a su jefe y sabe por qué se lo debe: Rossetti es el único
que conocía el plan A. El Director General le ha procurado la libertad a cambio del
silencio. No teme chantaje alguno. Sabe que Rossetti perderá algo más que la libertad si
habla: la vida.
—En cambio Ayub me pidió que no fuera a Palacio. Tú dices que por instrucciones de
su jefe. Pero en realidad Ayub es enemigo del Director General; le hubiera convenido
convencerme para que fracasara el plan A. Se hubiera vengado de un hombre que
primero encarceló y luego mandó matar a la familia de Ayub en Líbano.
—El Director General corrió ese riesgo. Pero su audacia, te repito, siempre es
inteligente. Si tú te dejas convencer por Ayub, la vida del pequeño siriolibanés y la de
su familia no hubieran valido un cacahuate.
—La verdad es que no valieron un cacahuate.
—Convence a un hombre condenado a morir mañana que sería mejor morir hoy. Eso
sólo pasa en el corrido de La Valentina.
—Por lo visto, debo darme de santos. Ese viejo siniestro ha sido de lo más decente
conmigo, comparativamente.
—Es cierto. Si el plan A no hubiese fracasado, te habría dado todo lo que te prometió en
la clínica: pasaportes, pasajes y dinero para ti y para Ruth.
Félix manejó peligrosamente la pistola, apuntándomela al pecho. Pero yo sabía que su
cólera potencial ya no estaba dirigida contra mí.
—Carajo, ¿entonces quién fue tiroteado en el campo militar y enterrado al día siguiente
con mi nombre?
—Enterrado, sí, pero también exhumado.
Miré distraídamente el San Sebastián encima de la chimenea, un buen ejemplo de la
pintura colonial del siglo XVII. Si la cara de Félix era la de Velázquez, su cuerpo era el
del mártir. Pero las flechas no eran sino palabras. Regresé pausadamente a mi sillón y

