Page 110 - La Cabeza de la Hidra
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—Más que eso. En Columbia nos llamaban Castor y Pólux.
                  Aproveché el momento e intenté un primer acercamiento personal; lo acompañé de un
                  acercamiento físico, de intimidad, rodeando su espalda con mi brazo, esperando algún
                  temblor que delatara su emoción.
                  —Tengo prejuicios —me dijo—. Estoy casado. Con una chica judía. Tengo muchas
                  relaciones en ese medio.
                  Retiré mi brazo.
                  —Lo sé perfectamente. También sé que el  gerente inglés de Poza Rica le daba la
                  espalda a tu padre cuando lo recibía.
                  —Eso no puede volver a suceder.
                  Lo miré con una gravedad triste que intencionalmente mezclaba las relaciones
                  personales con las profesionales.
                  —Te equivocas.
                  —Pero sabes que yo haré cualquier cosa para que no pueda volver a suceder, ¿verdad?
                  Contesté indirectamente a su pregunta; el chantaje sentimental al que lo sometía debía
                  quedar implícito.
                  —Escucha esto.
                  Acaricié las teclas de la grabadora de bolsillo que siempre guardo en el interior de mi
                  saco; apreté una de ellas y se escuchó mi voz sin que yo dijera palabra. Félix me miró
                  sin más asombro que el que merecería un ventrílocuo de cabaret, hasta que otra voz, con
                  grueso acento norteamericano, contestó a la mía:
                  «—... en Tabasco y Chiapas. Los Estados Unidos requieren seis millones de barriles
                  diarios de importación para el consumo interno. Alaska y Venezuela sólo nos aseguran
                  las dos terceras partes de ese suministro. México tendrá que vendernos la tercera parte
                  faltante.
                  »—¿Por las buenas o por las malas?
                  »—Preferiblemente por las buenas, ¿correcto?
                  »—¿Creen ustedes que estallará una nueva guerra?
                  »—Entre las grandes potencias no, porque el arsenal nuclear nos condena al terror de la
                  extinción o al equilibrio del terror. Pero los países pequeños serán el escenario de
                  guerras limitadas con armas militares convencionales.
                  »—Y también de contiendas limitadas con armas económicas igualmente
                  convencionales.
                  »—Yo me refería a las armas que empleamos en Vietnam; todas se relacionan con su
                  profesión, usted lo sabe, las guerras limitadas y convencionales significan el auge de la
                  industria petroquímica, usted lo sabe, napalm, fósforo, armas de defoliación de las
                  selvas...
                  »—Y yo me refería a armas más convencionales, chantajes, amenazas, presiones...
                  »—Así es, son ustedes muy vulnerables porque dependen de tres válvulas que nosotros
                  podemos cerrar a nuestro antojo, compras, financiamiento y venta de refacciones.
                  »—Nos beberemos el petróleo, pues, a ver a qué nos sabe...
                  »—Ugh. Mejor adáptese al futuro, amigo, la Dow Chemical está ansiosa de asociarse
                  con usted, es una garantía para la expansión y las ganancias de su empresa, se lo
                  aseguro. En la década de los ochenta, México contará con una reserva probada de cien
                  mil millones de barriles, la más grande del Hemisferio Occidental, la segunda del
                  mundo después de Arabia Saudita. No pueden sentarse eternamente sobre ella, como el
                  proverbial indio dormido sobre una montaña de oro...»
                  Con la mano dentro de la bolsa de mi  saco, interrumpí la grabación. Me divertí
                  sacudiendo mi dedo índice frente a la cara de Félix, de la misma manera que el gringo lo
                  hizo conmigo cuando me visitó en las oficinas de mi fábrica.
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