Page 119 - La Cabeza de la Hidra
P. 119
Metí las manos en las bolsas del saco cruzado.
—No sé. Las placas corresponden a un taxi de ruleteo.
—¿Cómo se llama el propietario de las placas?
—Un tal Guillermo López.
—Don Memo —murmuró Félix y me miró por primera vez con desconfianza.
Caminé fingiendo indiferencia hasta la chimenea, tomé unas tenazas negras y aticé el
fuego moribundo. Dejé que Félix mirase largamente mi espalda, el corte de mi traje azul
de finísimas rayas blancas.
—¿Algo más, Félix? —dije dándole siempre la espalda.
—Ruth —dijo Félix con una voz de sonámbulo—, necesito ver a Ruth, ¿cómo voy a
explicarle?
—No dejes de verla. Te aseguro que no tendrás problemas. Se alegrará de saber que
estás vivo. Créeme. Y cuando hayas visto a Ruth, ¿qué piensas hacer?
—El Director General dijo que me llamo Velázquez, que tengo mi oficina, mi
secretaria, mi sueldo —dijo Félix con ese humor forzado que reclama su propia
negación.
—Acepta su oferta. Nos conviene.
—¿Nos conviene?
—Naturalmente. Félix Maldonado está muerto y enterrado. Diego Velázquez es su
sustituto ideal. Nadie lo busca. Nadie lo reconoce. No tiene pasado. No tiene cuentas
pendientes.
Escuché el paso de Félix detrás de mí, amortiguado por el espeso tapete persa. Luego
sus tacones chocaron sobre el piso de tezontle alrededor de la chimenea. Me tomó de los
hombros y me obligó a mirarle. Su mirada era muerta; también era mortal.
—Me estás repitiendo lo que me dijo el Director General...
Solté las tenazas; cayeron con estrépito sobre la piedra ardiente del hogar.
—Tenía razón. Suéltame, Félix.
Me libré de sus manos pero no me alejé de él.
—Ahora nos eres más valioso que nunca —le dije con los labios tiesos—. A todos nos
interesa que no vuelvas a ser quien eres, sino que sigas siendo otro. El espía perfecto no
tiene vida personal, ni mujer, ni hijos, ni casa, ni pasado.
Lo dije de la manera más flemática posible. Nuevamente, contestó con la contrapartida
de la fatalidad.
—No te entiendo. Yo no importo. Pero no entiendo este juego. Volverán a reunir toda la
información, la partida se reiniciará igual que antes...
—Para ti, se inició de veras en un taxi, ¿recuerdas?, ese fue el momento del vuelco,
Félix, ese paso insensible de la realidad a la pesadilla, esa rendija por la que se cuela
cuanto parece cierto y seguro en tu vida para volverse incierto, inseguro y
fantasmagórico. ¿Crees que puedes regresar impunemente a la situación anterior,
recobrar la realidad que perdiste para siempre, volver a ser el oscuro burócrata, tenorio y
marido que se llamaba Félix Maldonado?
Corrí el riesgo de tomar la mano de Félix, de que sintiera de cerca mi piel seca, de
saurío.
—Te necesito, Félix. Tienes razón. La partida se reiniciará. Es como una justa entre
caballeros con miedo y con tacha en un laberinto sin luces. La próxima vez, sin
embargo, se encontrarán con un adversario no sólo más fuerte, sino distinto. Y así
sucesivamente. Por eso quise que esta vez me conocieran, para que la siguiente vez me
desconozcan. Y tú me seguirás necesitando porque soy la única persona en el mundo
que te seguirá llamando Félix Maldonado.
—Ruth...

