Page 114 - La Cabeza de la Hidra
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Saqué rápidamente la .44 y la puse en la mano sorprendida de Félix; la tomó
automáticamente.
—Basta un gesto nervioso, toma Félix, tú hubieras tomado la pistola como la acabas de
tomar ahorita, quizás la hubieras dejado caer en seguida, en todo caso quedarías incri-
minado.
Félix me tendió el arma; la rechacé con un gesto.
—Guárdala. Quizás sientas ganas de usarla más tarde.
Vi que en los ojos de mi amigo renacía el temor de ser utilizado ciegamente. Me aislé de
esta amenaza con un fruncimiento del ceño, como si pretendiera pensar lo que iba a
decir, lo que conocía de sobra.
—El plan era audaz —proseguí precipitadamente—, pero de haber resultado todo el
país habría dicho lo que el Director General quería que dijese: Israel mandó asesinar al
Presidente de México. Calculó que la reacción hubiese sido tal que fatalmente México
se hubiese alineado con el mundo árabe. La crisis política, en todo caso, habría
precipitado la debilidad del gobierno y en esas aguas revueltas el Director General
confiaba en ser mejor pescador que su contrincante Bernstein.
—Pero el plan le falló; y le falló por el simple hecho de que yo me desmayé. ¿Por qué?
—Porque yo aseguré que te desmayaras.
—¿Tú?
Miré la pistola en la mano de mi amigo; no era éste, aún, el momento que temía. No la
iba a usar porque el asombro era todavía peor que la rabia.
—Félix, la fábrica de farmacéuticos que heredé de mi padre sigue trabajando y
trabajando bien. El gerente del Hilton me informó la hora exacta en que habías
ordenado el desayuno. Yo estaba en el hotel.
—¿Tú? —repitió con una risa sin desprecio porque el asombro seguía imponiéndose a
cualquier otro impulso, ¿tú que nunca te mueves de tu casa...?
—Estaba en el hotel desde la noche anterior. Yo mismo puse en tu café una dosis
precisa de propanolol. ¿Te interesa la fórmula exacta? Isopropylamino-1 (naphthyloxy-
l')-3 propanol-(2). Bien. Se trata de un compuesto antiadrenalínico. Ingerido con los
alimentos en una cantidad no menor de cincuenta miligramos —la que yo puse en tu
café— opera paralelamente a la digestión. Sabía la hora de la ceremonia. La droga
funcionaría en los momentos en que, digiriendo tu desayuno, saludarías al Presidente.
—Eso es imposible, se requeriría un cronómetro perfecto.
—Ese cronómetro existe: lo pone a funcionar el flujo de adrenalina al encontrarse con
una droga que la bloquea dos horas después de tomarse. Te sirvieron el desayuno a las
ocho de la mañana. La ceremonia tuvo lugar a las diez. Quizás confundiste los signos de
hipotensión, el sudor, el nerviosismo general, con tu emoción al disponerte a saludar al
señor Presidente. Lo cierto es que al conjugarse los tres factores, digestión, droga y
adrenalina, el efecto es inmediato: la sangre se vacía de la cabeza, se agolpa en el
vientre y el sujeto cae desmayado. Es lo que te sucedió a ti. Y así se frustró el plan A del
Director General.
—Entonces puso en marcha el plan B.
—Exactamente. El verdadero asesino no tuvo tiempo de disparar.
—¿Quién era?
—No importa. Uno de tantos matones a sueldo de los árabes. Las instrucciones del
Director General eran definitivas: todo o nada, basta un accidente cualquiera, el menor
hecho imprevisto, para que se suspenda el plan A. Tú fuiste ese accidente. Mientras el
Director General le explicaba al Presidente lo sucedido, su gente te ponía a buen
recaudo en la clínica de Tonalá. Fue Rossetti el encargado de la operación; tú eras
funcionario de la misma dependencia que él, se trataba de un simple desmayo, él te

