Page 121 - La Cabeza de la Hidra
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Los dos no pueden ser inmortales, ¿sabes?, sólo uno.
                  —Tú no la amabas, cabrón.
                  Me acerqué a él; volví a tomarle la mano, pero esta vez la mano armada. Le quité la
                  pistola y hablé muy cerca de su cara.
                  —Ah, la pasión vuelve a levantar su espantosa cabeza de hidra. Corta una y renacerán
                  miles, ¿verdad? Llámala celos, insatisfacción, envidia, desprecio, miedo, asco, vanidad,
                  terror, escarba en los motivos secretos de todos los que hemos participado en esta
                  comedia de errores, Félix, y ponle a la pasión el nombre que quieras. Nunca acertarás,
                  porque detrás de cada nombre de la pasión hay una realidad oscura, política o personal,
                  da igual, que nadie puede nombrar y que te impulsa a disfrazar de acción, lícita o ilícita,
                  también da igual, lo que sólo es pasión, hambre, padecimiento, deseo, un amor que se
                  alimenta de su odio y un odio que se alimenta de su amor. ¿Crees ser subjetivo? Nutres
                  la objetividad. ¿Crees ser objetivo? Nutres la subjetividad. Igual que en una novela,
                  donde las palabras acaban siempre por construir lo contrario de sí mismas.
                  —Angélica era tu hermana...
                  —Y Mary tu amante, Ruth tu esposa, Sara no sé, algo más fuerte que tú y que no acabas
                  de comprender o nombrar. Anda. Regresa un día a contármelo todo. Puede que entonces
                  yo te cuente cómo murió Angélica y por qué.
                  —Ya sé cómo; Dolly la empujó de una ventana.
                  —Pero no el porqué. Mejor no trates de explicártelo, ni eso ni nada.
                  —¿Sabía que Trevor eras tú?
                  —Por supuesto. De niños nos disfrazábamos y pretendíamos ser otros. Fue una
                  prolongación de nuestros juegos.
                  —Pero no sabía que este juego iba a ser mortal.
                  —No. Creía que se trataba de matar a Rossetti, deshacernos de una vez por todas de él.
                  Pobrecita. Rossetti es útil porque es innocuo y manejable; Angélica no, era locuaz y ca-
                  prichosa. Aprovecha la experiencia, Félix, aunque no te la expliques. Ese es tu destino,
                  ser utilizado ciegamente. No te quejes. Los grandes males suelen ser monótonos. La
                  pasión sin imaginación, como tú la vives, es más divertida.
                  —La imaginación sin memoria, como tú la vives, es más dolorosa. Te compadezco.
                  —Soy católico, Félix. Sé que cuando se carece de pasión, la gracia fortuita puede
                  salvarnos de su ausencia. Un día, de jóvenes, te dije que el crimen y la condenación me
                  parecen igualmente estériles. Es preferible que no haya castigo. El deber del amor es
                  preferible a cualquier condena. Rossetti no lo merecía.
                  —¿Así amabas a Angélica?
                  —No te voy a explicar nada. Entiende. No tengo argumentos contra ti. También a ti te
                  amo.
                  En la mirada de Félix estaba todo lo que yo temía cuando me dijo:
                  —Claro que entiendo. Hay algo que el poderoso Timón no pudo comprar. Un corazón.
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                  Tis deepest winter in Lord Timon's purse.
                  Quise disfrazar la herida continuando la humorada cultural:
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                  —You're a dog.
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                  —Thy mother's of my generation  —contestó Félix— y creo que por primera vez
                  alguien me mentó la madre citando a Shakespeare.

                  59. En la bolsa del señor Timón reina el más profundo invierno. Timón de Atenas, iii, 4,
                  15.
                  60.  Eres un perro. Ibíd., i, 1, 204.
                  61.  Tu madre es de mi generación. Ibíd., 1, 205.
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